viernes, 13 de junio de 2014

El lazo de Lambán




Acertó Felipe González cuando dijo poco después de abandonar La Moncloa que se sentía como un jarrón chino en un apartamento pequeño: “Se supone que tienen valor y nadie se atreve –dijo- a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes”. Por un R. D. de 1992 gozan de tratamiento de presidente, se adscriben a su servicios dos puestos de trabajo de libre designación, disponen de una dotación para gastos de oficina, secretaria, alquileres de inmuebles; un automóvil de representación de alta gama con conductores dependientes del Estado,  los servicios de seguridad que les asigna el Ministerio del Interior,  el derecho de  libre pase en las compañías de transportes terrestres, marítimos y aéreos regulares del Estado, una pensión vitalicia que ronda los 75.000 euros anuales y el derecho a formar parte de forma permanente en el Consejo de Estado con otro sueldo no menos importante. A partir del día 19, el rey Juan Carlos y su consorte seguirán usando el privilegio de ser llamados reyes con tratamiento de majestad (rey don Juan Carlos y reina doña Sofía), en el orden protocolario irán detrás de la hija menor de Felipe VI, continuarán viviendo en la Zarzuela, serán aforados de por vida y dispondrán de un sueldo y de unas guindaleras (ahí cabe todo) todavía sin especificar. El rey cesante ya no será un jarrón chino, como parece el caso de los expresidentes de Gobierno, sino un lastre del tamaño de King Kong que deberemos asumir todos los españoles con nuestros impuestos. Y todo ello en una España arruinada, con seis millones de parados, una deuda pública que casi alcanza el 100% del PIB y unos datos aportados por Cáritas capaces de hacernos estremecer. Un país, digo, donde este verano deberán seguir abiertos muchos comedores de colegios públicos para que gran parte del alumnado procedente de familias con pocos posibles pueda comer caliente, aunque sólo sea una vez al día. Yo no sé si los expresidentes serán jarrones chinos y si los reyes cesantes serán vitrinas de trofeos, pero esa es la España que deja el  largo reinado de Juan Carlos I, con más sombras que luces, impuesto por un dictador que quería dejarlo todo “atado y bien atado”. Sí, atado, pero con el lazo de Lambán.

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