lunes, 30 de junio de 2014

Primera estación: el Vaticano




Los reyes viajan al Vaticano, a esa corte de los milagros, para que el papa Francisco le bendiga el camino a tomar a Felipe VI, hoy en la encrucijada, y que no parece fácil en un país donde Diego Torres,  exsocio de Urdangarín, en un escrito de 87 folios al juez Castro  viene a decirle al magistrado que “la Casa del Rey estaba al tanto de todo, que se informaba con periodicidad semanal y que se revisaba toda la información de Aizoon para su control y validación”. La Casa del Rey, del anterior rey, debía ser –según se desprende de lo escrito por Torres- como una agencia tributaria para asuntos internos. De hecho, José Alejandro Vara cuenta en Vozpópuli que “hay miedo en La Zarzuela por los síntomas de depresión de don Juan Carlos”. Los pronósticos del doctor Cabanela respecto a su pronta recuperación no se están cumpliendo; los 5 viajes a los países árabes en corto espacio de tiempo todavía no se entiende para qué han servido; no ha recuperado la Corona el prestigio perdido y ahora le salen asuntos de paternidades que están por demostrar. Juan Carlos sigue teniendo tratamiento de rey y de majestad, continúa viviendo en Palacio y ostentando el empleo de capitán general en la reserva. No se entiende. El Gobierno, por otro lado, se da la mayor prisa posible para que sea aforado y sólo pueda ser juzgado, si fuese menester, por el Tribunal Supremo. Todavía no se sabe en qué quedará el feo asunto de su hija menor, pero todo apunta que la Audiencia de Palma volverá a cometer el “error” de desimputarla por segunda vez, conocida la postura del fiscal Pedro Horrach, que más parece el abogado defensor de la infanta que otra cosa y que, para consternación de los ciudadanos, se permite el lujo de “insultar” al juez instructor frente la pasividad inexplicable del Consejo General del Poder Judicial, salvo las honrosas excepciones los vocales progresistas Roser Bach, Victoria Cinto, Clara Martínez de Careaga, Rafael Mozo, Concepción Sáenz y Pilar Sepúlveda. No se debe decir, como dice el frívolo fiscal Horrach, que el juez Castro basó su decisión de mantener la imputación de Cristina de Borbón en “meras conjeturas” y que la infanta “sufría contaminación judicial por influencia de los medios de comunicación”. Tales afirmaciones no se sostienen. El papa Francisco tiene influencias terrenales y cae bien allá por donde pasa, pero de él todavía no se esperan milagros.

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