lunes, 14 de julio de 2014

Obispos, obispas y obispines




Ya han pasado 20 años desde que la Iglesia de Inglaterra se decidiera a ordenar para el ejercicio del sacerdocio a mujeres. Y se consiguió. Y ahora de lo que se trata es que se dé un paso más, es decir, que esas mujeres ordenadas para el sacerdocio puedan  llegar a ser responsables de una sede episcopal. La Iglesia Católica, por el contrario, no permite que las mujeres puedan recibir el sacramento del Orden aunque sí puedan llegar a ser, curiosamente siempre a título póstumo, doctoras de la Iglesia, como es el caso de Teresa de Cepeda, Hildegard von Bingen, Catalina de Siena, y Francisca Martín Guérin, más conocida por su “nombre de guerra”, o sea,  Teresita de Lisieux. Cuatro mujeres que pertenecen en la actualidad al selecto “club de doctoras” que sabrían dar respuesta segura, se les supone, a las preguntas que el catecismo de Gaspar Astete de no darle la circunstancia de que todas ellas están muertas. Así, en el citado catecismo, cuando el sacerdote adoctrinador hace preguntes difíciles de poder ser contestadas, tales como: “Además del Credo y los Artículos, ¿creéis otras cosas?”,  la respuesta del adoctrinando ha de ser contundente:Sí, padre, todo lo que está en la Sagrada Escritura y cuanto Dios tiene revelado a su Iglesia”. Y es entonces cuando el adoctrinador insiste: “¿Qué cosas son éstas?”, y el adoctrinando, muy seguro y como si se hubiese quedado calvo detrás de las orejas, responde lo único que cabe ante esa tesitura: “Eso no me lo pregunte a mí que soy ignorante; doctores tiene la Santa Madre Iglesia que lo sabrán responder”. ¿Ustedes imaginan qué podrían haber respondido tales doctoras de haber estado vivas? Es probable que, por el hecho de ser mujeres y, por tanto, estar sometidas al “aparato del poder” hubiesen trasladado la respuesta a tales preguntas a más altas instancias, en cualquier caso dominadas por hombres, eso sí, altos “ejecutivos” del Cielo. Pues bien, el arzobispo de  Canterbury, un  tal Justin  Welby, mucho más pragmático, está esperanzado en que tal decisión, la de ordenar mujeres obispos, prospere, como debe ser. No hagamos como aquel ignorante alcalde de una aldea de Castilla la Vieja donde acudió el obispo de su diócesis en visita pastoral. El alcalde, tras los actos de culto, les ofreció al obispo y a su séquito un refrigerio en el Ayuntamiento. Y entre vaso de vino y croqueta de jamón, el bueno del alcalde, intentando ser cortés con su invitado le hizo la siguiente pregunta: “¿Qué tal se encuentra la señora obispa?”, y a continuación, “¿y los obispines?”. Sin dar tiempo a la respuesta, prosiguió: “Ya estarán hechos unos mozos…”.


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