sábado, 13 de septiembre de 2014

Pobres de solemnidad




Cuenta Moncho Alpuente hoy en el diario digital  “Público” algo que no deja de ser gracioso: el padre de Emilio Botín, el abuelo de Ana Patricia solía hacer caso omiso de una mendiga que le abordaba siempre a la salida de misa pidiendo una limosna “por Dios”. Un día la mendiga cambió la petición, “por Dios y por la Virgen” y el patriarca abrió su cartera y dijo: “con dos avalistas ya es otra cosa”. Ser pobre de solemnidad en este país es una cosa muy seria. Un pobre de solemnidad es un “pata negra” que no se coloca en cualquier esquina alargando la mano, no. Esas cosas las hacen los pedigüeños que dejan asomar una pierna mutilada a la puerta de una parroquia de barrio, un advenedizo del Este obligado a entregar la recaudación a la caterva mafiosa de la que forma parte, o los nuevos pobres, ya legión, que desconocen las artes de pedir sin que parezca que piden. Los pobres de solemnidad, los que ya tienen plaza en posesión y muchos trienios a sus espaldas, disponen de sitio fijo y de ahí no hay quien los mueva: ora la puerta  de un bingo, ora a la entrada de la catedral a la hora misa de doce... Da igual el tiempo que haga en el exterior. El pobre de solemnidad, si llueve o sopla el nordeste se refugia en la cafetería próxima donde sabe que, sin siquiera pedirlo, recibe del camarero de barra un bocadillo de calamares y un chato de vino peleón. Nunca lo pide. Suplicar una limosna a cambio de un “Dios se lo pague” es cosa de pobres de medio pelo. El pobre de solemnidad se pone muy digno a la puerta, como digo, y saluda respetuosamente a todo aquel que entra y sale con la única intención de que le devuelvan el saludo, que no es poco cuando se es sabedor de que los desheredados de la fortuna pareciera que fuesen de cristal, que nadie les mirase a la cara. Es como si no existieran. La mendiga que abordaba al viejo Botín no era una mendiga pata negra. De haberlo sido, sabría que los ricos son ricos porque no dan ni un celemín. Tendría que haberle dicho, en todo caso: “Buenos días, don Emilio, hoy hace un día espléndido”. Que para disfrutar de un hermoso día de sol no hace falta contar con dos avalistas.

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