jueves, 16 de octubre de 2014

Negociado de ideas





Leo en la prensa de hoy que “Hacienda estima que las CCAA recaudarían 1.700 millones más si subieran los impuestos”. Vamos, que hay margen si se incrementase el gravamen el 10% en transmisiones patrimoniales, el 1’5% en actos jurídicos documentados, si se pone un canon autonómico sobre hidrocarburos y otro en los medios de transporte. Cristóbal Montoro da ideas. Lo que pasa es que los partidos políticos instalados en el poder son conscientes de que tales medidas les restarían votos. Y eso no mola. Podía haber dicho Montoro (porque Hacienda es muda) que sería una acertada medida eliminar diputaciones provinciales, televisiones y radios regionales, asesores a tutiplé, despachos habilitados  en  cabeceras de comarcas recientemente inventadas a mayor gloria de esos partidos, defensores del Pueblo inoperantes, coches oficiales, excesiva burocracia, duplicidad de servicios, etcétera. Pero Montoro también podría haber dicho que subiendo el doble de lo que estima, la recaudación podría ser de 3.400 millones. No sé que  patrimonio vamos a transmitir como herencia a nuestros hijos si ya nos clarea la raspa. Tampoco sé cómo “se lo montan” de un tiempo a esta parte notarios y registradores, si se considera que la burbuja inmobiliaria pinchó y que ellos, ¡pobrecitos!, son funcionarios públicos retribuidos mediante el sistema de arancel, es decir, que reciben sus percepciones directamente de los ciudadanos a quienes prestan sus servicios. Está claro que Hacienda debería instalar en todas sus Agencias Tributarias el “Negociado de Ideas”, donde se estudiasen todos los pensamientos propuestos por el ciudadano masoca y que les favoreciesen. Ahí, en ese nuevo negociado, no cabría el “vuelva usted mañana” del funcionario indolente que tanto molestaba a Mariano José de Larra. Lo del canon sobre hidrocarburos ya es otra cosa. Está comprobado que el ciudadano prefiere quitárselo de comer que quedarse sin utilitario. Se protesta cuando sube el precio del arroz, de los guisantes o de las lechugas, pero en el surtidor de gasolina paga y calla. El coche, aunque sólo se use una vez cada treinta días para ir al pueblo, se ha convertido en un fetiche que hay que cuidar, lavar y acariciar con mimo desde el sábado por la mañana hasta el domingo por la tarde. Con el automóvil hay que presumir cuando se llevan flores de plástico al cementerio de la aldea remota el día de Todos los Santos. Al hambre ya estamos acostumbrados.

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