Leo que Adif ha comenzado a verter a
Endesa energía procedente del frenado de los trenes, por un equivalente
a
un GWh/año, o sea, el 12,7% de la energía que consumen los convoyes entre Málaga y
Fuengirola. Esa energía se aporta desde una subestación
eléctrica de corriente continua ubicada en La Comba (Málaga) ya transformada en corriente alterna. ¡Pero cómo no me ha dicho eso mi
amigo, el jefe de estación! Lo veo a menudo, nos tomamos unas cervezas,
hablamos sobre lo divino y lo humano y noto que últimamente se cabrea como un
mono pensando en la que se prepara, es decir, que ahora los trabajadores del
mundo al otro confín del territorio patrio podrán ver reducidas sus nóminas con
vistas a conseguir un fondo, cuyo importe deducido mensualmente se trasladará a
una cuenta con la que se indemnizará a esos trabajadores en caso de despido.Y los
intereses de ese fondo, ¿quién se los quedará? O sea, el trabajador despedido
se llevará unos euros que antes habrá aportado para tales contingencias. Pero
uno no termina de entender qué pasará con el Fogasa. Tampoco entiendo que el
empresario en cuestión se pueda ir de rositas. Eso sí que son frenazos en seco
en la economía familiar y no los del
tramo ferroviario entre Málaga y Fuengirola. Pero yo le digo a mi amigo que no
desespere, que ahora -según datos que maneja el periodista Adolfo
D. Lozano en la sección “Juventud y
belleza” de un periódico digital-, se ha puesto de moda entre la gente
famosa el llamado ayuno intermitente,
que consiste en alternar días con un
consumo calórico mínimo con días sin restricción alguna. O sea, como un ramadán
pero sin comer a la puesta de sol los días que toque. De ese modo podrá ser más
llevadera la magrura de la nómina y el clareo de la raspa. Y el periodista pone
como ejemplo a los griegos cristianos ortodoxos, que ayunan 180 días al año.
Claro, los griegos tampoco están como para lanzar cohetes. Y a los monjes
budistas, que ayunan con la luna llena y con la luna nueva de cada mes lunar, o
sea, 14 días de veintiocho. No pasa nada. Ahí los tienes, en el Garraf, en
Graus, en Requena, en Molina de Segura, etcétera, vestidos con túnicas de color
butano, las cabezas rapadas y dedicados a la contemplación y al nirvana. Pero
lo de Adif es distinto. Si los
maquinistas de Renfe Operadora no
frenasen los trenes para que los empleados de Adif vendieran a Endesa
la energía sobrante, no tendría sentido haber hecho tal desdoblamiento de
funciones en la Renfe y en los
ferroviarios. Recuerdo que cuando yo regresaba a Madrid desde Sevilla los trenes se frenaban
al norte de la provincia de Jaén, en un desfiladero de paredes abruptas, pero
no para poder vender la energía sobrante, que entonces lo era en forma de vapor
y carbonilla, sino por falta de fuerza de las locomotoras, lo que dio lugar a
que Rafael Gómez Ortega, en 1908, al
llegar a la Estación
de Atocha procedente de Andalucía, ya apeado, mirase en el andén a la máquina
desparramando una potente nube de humo y le gritara: “¡Esos cojones en
Despeñaperros!”. El empresario siempre gana, como la banca en los casinos.
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