sábado, 13 de diciembre de 2014

Todo sea por la salud





Leo que desde mañana habrá ocho cambios en las etiquetas de los supermercados sobre consumo alimentario. Será obligatorio especificar con más detalle, de acuerdo con una directiva comunitaria. Informar sobre 14 alérgenos, usar un tamaño de letra más legible, identificar el origen de los productos de consumo, señalar qué tipo de “aceite vegetal” se utiliza en su composición, la fecha de congelación, etcétera. Me parece estupendo que tales medidas redunden beneficien de nuestra salud. Pero, no sé, me da el pálpito que siempre existirá la picaresca. Y es que leer todo el etiquetado se me antoja que equivaldrá a repasar con cuidado el BOE, que es un diario vidrioso y casi tan aburrido como El Correo de Zamora, o aquella  etiqueta que llevaba adherida el “Vichy Catalán” hasta hace poco tiempo.  Porque, vamos a ver, ¿puede alguien decirme qué aceite se utiliza en las freidurías que tanto abundan en Sevilla? ¿Existe alguien que sepa cuantas veces se ha recalentado el aceite de una churrería de feria? Y cuando vayamos a un restaurante, ¿nos dirá el camarero de qué océano ha llegado la urta a la roteña que nos vamos a zampar? De momento sólo sabemos que si ésta es pequeña se le llama “catalineja”, pero nada más. ¿Y su procedencia? Porque si la urta se pesca en  La Línea de la Concepción, el origen será España; pero si se pesca unos metros más allá, o sea, entre los adoquines espinosos de cemento que Picardo echo al agua en Gibraltar para romper las redes de los pescadores de Algeciras, su origen será el Reino Unido. La culpa, de tenerla alguien, habrá que atribuírsela al Tratado de Utrecht, así que las reclamaciones al maestro armero, o sea, a Felipe V.

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