lunes, 16 de febrero de 2015

Asomarse al vacío




Lunes de carnaval. No sé si todavía existe la estatua de sal. A nadie importa. La mujer de Lot miró hacia atrás, y así lo señala el Génesis, por la curiosidad de ver cómo desaparecían Sodoma y Gomorra entre el azufre y el fuego. Los restos de ambas ciudades ahora se encuetran en el fondo del Mar Muerto. Algo parecido le sucedió a Eurídice el día que una serpiente venenosa le mordió y le causó la muerte. Orfeo pidió permiso a Zeus para bajar  al Hades a rescatarla. Zeus le puso la condición de no mirar para atrás cuando saliese del inframundo. Orfeo bajo al mundo de los muertos para rescatar a Eurídice y, cuando ya casi lo había conseguido, miró hacia atrás por ver si le seguía su esposa. En aquel justo momento, Eurídice desapareció para siempre entre la bruma. Aquella noche, nada más salir del garito donde había tomado una copa y me había topado con la camarera ojerosa, ya dejé escrito que marché a casa y me tapé con la manta en la confianza de que sonase el despertador horas más tarde. Aquella noche, también, comprendí que casi estaba ausente  incluso estando presente. Acurrucado en la cama se me ocurrió que yo era lo más parecido al paciente desahuciado de un hospitalito de provincias donde las enfermeras pasan de largo por el pasillo, en la confianza  de que estire la pata sin hacer mucho ruido, ignorantes de que luchar contra la adversidad no es resignarse. Llega un momento en la vida de todo ser que no es necesario recibir limosnas ni pedir préstamos. La limosna hace al mendigo y el préstamo convierte al ciudadano en rehén del que lo presta. Explicaba ayer que lo malo llega cuando el despertador no suena y uno sigue durmiendo para siempre. Pero no importa, mañana es martes de carnaval y por la noche  deberé acudir al entierro de la sardina. Decía un conocido de bar que un buen currito debe morirse en domingo, para no perder horas de trabajo. No sé, tal vez estuviese en lo cierto.

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