jueves, 12 de febrero de 2015

Fetiches y relicarios





Hace ya un rabo de años estuve en el Museo de Bebidas de Perico Chicote, en Madrid. Y allí pude ver una botella de “Grand Marnier”, lazo amarillo, que Alfonso de Borbón había dejado olvidada y descorchada antes de tomar las de Villadiego. En este país todo el mundo se deja cosas olvidadas en cada precipitada partida. Alguien dijo que tres traslados de domicilio equivalen a un incendio. No sé. También parece, según noveló Carlos Rojas, que García Lorca olvidó el tazón del desayuno en el balcón del séptimo piso de su casa, en el número 96 de la calle de Alcalá, con vistas a la calle de Narváez. Hay reliquias que merecen ser conservadas siempre, para posibles amantes de los fetiches. Tal es el caso de una vecina mía, viuda de militar, que guardó el braguero de la hernia de su difunto esposo hasta el día en el que determino, no sin gran acierto, que aquella prótesis no le era de utilidad perentoria. Lo anunció en el ABC y no tardó en adquirirlo un viajante de retales al por mayor y al detall que vivía en Orense. Aquel nuevo comprador lo llevaría puesto como sostén de su hernia hasta el día que se tumbó en la mesa de operaciones. Era un braguero original con un bordado en hilo de oro con el emblema de La Coral Bilbilitana y las iniciales de su primer dueño, Ricardo Iriarte Pérez sobre campo se gules y la compañía de un león rampante. Aquellas iniciales, R.I.P, le sonaban a esquela mortuoria y decidió cambiar la letra R por la letra V, en evitación de que pudiera hundirse en una seria depresión. Las iniciales VIP, de Very Important Person, equivalían en su fuero interno a una inyección de confianza en vena. Una vez que salió vivo de la operación quirúrgica y le dieron el alta hospitalaria decidió ir a dar gracias a la Catedral de Santiago. Ya, de paso, se acercó hasta la estatua del maestro Mateo para golpearse y aumentar su inteligencia natural, según piadosa costumbre, con tal mala fortuna que se hizo más daño de la cuenta con aquel tipo de magia por contagio. Quedó medio abobado y, desde entonces, cobra un subsidio y se limita a dar largos paseos por el parque, al tiempo que se inspira en la confección de sonetos con estrambote para poder participar con el necesario aseo de métrica en los juegos florales de su barrio.

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