sábado, 7 de febrero de 2015

Puntos





Hace ya algún tiempo que me juré a mí mismo no volver a recordar el cada día más lejano pasado infantil. Cada niño es, de algún modo, un muñeco del pim, pam, pum, cataplún, del ser adulto, que reprende, aconseja mal y siempre, siempre, aturde de forma irritante. La gente confunde ser corto en años con ser obtuso en entendederas, se dirige siempre en un tono desafortunado, pone ejemplos estúpidos y, lo que es peor, siempre mira con una altivez insolente, como de saberse en posesión  de la cuerda de trenzado. Por todas esas cosas, y por otras más que ahora no vienen a cuento, siento una resopladona satisfacción de saberme irrepetible en mi propia carne. Sin embargo, amor, no me queda más remedio que hacer memoria de los puntos que, hebdomadariamente, entregaba aquel cura de mi parroquia a los niños que se sabían de carrerilla el “Astete”. Yo digo: “Tú eres, ¡oh Señor!, mi valedor y protector” y tú respondes: “No tardes, Dios mío”. Luego, en posesión de aquellos puntos, se abría un armario y se podían cambiar aquellos puntos por bienes fungibles de distinta categoría. Eran, no sé, como el premio a la constancia sin derecho a Cruz de San Hermenegildo, domingo tras domingo a las tres de la tarde, la hora nona, haciendo filas para entrar al templo con olor a caries de viejas sacristanas y a los acordes de una ratonera cancioncilla pía, -ya decía el padre Laburu que cantar es equivalente a rezar dos veces-; los niños, a la derecha; las niñas, a la izquierda, todos con carita de san Tarsicio camino del suplicio. El único santo en los altares al que la jerarquía eclesiástica permite que pose en  minifalda. Me recordaban los puntos “bilore” que nuestras madres recogían para cambiar por una espumadera de acero ferrítico, ese acero que se pega al imán aunque llaman inoxidable. Yo digo: “Gentes atentas piden con humildad perdonen sus pecados”; y tú contestas: “Vuelve hacia mí tus ojos para socorrerme”. En esta vida, mi niña, todos tenemos que conseguir los puntos necesarios para que el vecino nos respete  en la forma debida. Unos, para tener un fondo de comercio importante; otros, para transformar esos puntos en dinero contante y sonante, como sucede en este país con los inspectores del Fisco. Así, para éstos hay puntos por trabajo finalizado, por personas físicas según ingresos y por eficacia en el trabajo, o sea, deuda tributaria descubierta. Yo digo: “Estoy hecho una miseria y doblado hasta el suelo. Mis entrañas están llenas de ardor y no hay en mi cuerpo parte sana”; y tú respondes: “Vuélvanse atrás llenos de confusión los que mi mal desean”. A veces, pequeña, creo que se me van a caer los imperios al suelo.

No hay comentarios: