domingo, 22 de febrero de 2015

Salir de dudas




En un blog en el diario digital República de las Ideas el doctor Santiago Denia  explica de forma científica por qué la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla, como afirman las Leyes de Murphy. Y nos remite a 1995, cuando el científico Robert Matthews consiguió probar su teoría tras 10.000 ensayos. Matthews demostró que “la tostada siempre caía por el lado de la mantequilla no por el peso de la tostada sino por la altura de la mesa. La tostada tiene tiempo suficiente para dar media vuelta, pero no una vuelta entera. Si las mesas tuvieran tres metros -aseguraba ese científico- este problema desaparecería”. Dice el refrán que a la cama no te irás sin saber una cosa más. Ahora tengo que ponerme en contacto con algún académico de la Española para que éste me saque la espina de una duda. Si considero que la diferenciación entre la (b) y la (v) se perdió pronto en el norte de Castilla, aunque tal distinción fonológica se mantuvo en la pronunciación culta en la “época alfonsí”, su confusión se generalizó en la Edad Media. De modo que la (b) y la (v) representan hoy el fonema (b) y no existe diferenciación en la pronunciación de ambas, de acuerdo con la Ortografía de la RAE. Tengo una anécdota al respecto que no quiero pasar de largo. Pese que entonces era niño, todavía la recuerdo. A propósito de la (b) y de la (v), el sabio maestro que me tocó en suerte, don José Fernández, explicaba a los educandos que la (b) representaba un fonema oclusivo sonoro bilabial, y la (v) labiodental. Y puso como ejemplo práctico el sustantivo vaca. “Veréis –nos dijo a los alumnos-, en su pronunciación labiodental sale el aire como cuando se pronuncia la (f) pero de una forma tan suave que casi no se nota. Dicho eso, don José se dirigió a uno de los muchachos –creo que se trataba de un chaval de apellido Peiro- y le dijo: “A ver, tú que pareces espabilado, pronuncia la palabra vaca”. Y Peiro, subiendo el tono de voz no dudó en responder fuerte y claro: “Faca”. Como por aquellos años, principios de los 50,  nadie discutía sobre la bondad que conllevaba que el maestro le diese una colleja al alumno desaplicado, don José miró muy serio a Peiro y le administró una suave colleja  mientras le decía: “¡Bah, monstruo!”.

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