sábado, 21 de febrero de 2015

Sordidez





No es necesario que me recordéis a todas horas que el camino vale más que la posada. Imaginad una capa circense donde un liliputiense domador controla con su látigo a unos tigres que parecen gatos y que, al final, los gatos terminan por comerse al domador; o a una dama distinguida repartiendo ropa de abrigo entre los pobres y que a todas esas prendas les faltasen un trozo de tela en la espalda, y que ésta lo justificase diciendo a los necesitados que con esos retales hace trajes para los niños de la Inclusa; o a un señor que celebra todos sus aniversarios sacando en una copa de cristal agua del charco donde se refleja la luna; o a un indeseable patrono pidiendo comisión  a los obreros a cambio de un sueldo de mierda; o a Estrellita Castro (que en paz descanse) penetrando en una destartalada pensión frente al Hotel Colón, de Sevilla, e intentando  corresponder al portero de noche con la sonrisa de una estrella que usa “Lux”; o a un escritor intentando meter el folio en blanco por la parte trasera de un tricornio acharolado de guardiacivil; o la basílica de El Pilar pintada de fucsia; o a la policía local montando a lomos de caballos de cartón-piedra durante la procesión de Viernes Santo; o a  Rodrigo Rato con un farol de barquillos gritando “¡rico parisién!” en la playa de Zarauz; o a un cura transformando su confesionario en un mueble-bar; o a Mariano Rajoy haciendo de figurante en el culebrón vespertino “Amar es para siempre”… Es necesario ver una ráfaga de claridad en un atardecer morado, mi niña, antes de que la sordidez nos coma por los pies, que es el sitio por donde se pillan los catarros.

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