domingo, 1 de marzo de 2015

Amantes (I)




Hace ya bastantes años, con motivo de haber sido ganador del Premio Teruel de Relatos con mi trabajo “Aquel verano, entre el tío del fagot y el árbol de las genealogías”, el entonces director de Diario de Teruel, Carlos Hernández, me ofreció una colaboración semanal en su periódico. La contrapartida a tales colaboraciones quedó fijada en que yo recibiría su diario en casa  por correo ordinario, es decir, con algún día de retraso. Y así quedamos. Bajo el título genérico “De bote y voleo” cumplí con mi cometido semana tras semana. Pero todo se fue al traste de la forma más tonta el día que le envié mi trabajo “Áspera belleza”, donde venía a decir que, a mi entender, pese a lo que relató con su potencia dramática el castizo Eugenio Hartzenbusch, los Amantes de Teruel no llegaron nunca a ser amantes de verdad, en función de lo que en la actualidad se entiende por amantes. Esa leyenda, según Menéndez Pelayo, es de mediados del siglo XVI y parece que se trata de una fiel copia del relato “Giromalo y Salvestra”, de Bocaccio. Lo cierto de ese asunto es que en 1555 se encontraron en la turolense capilla de San Pedro dos cadáveres momificados y con sus manos entrelazadas. Y a partir de ese momento se tejió la historia de una muchacha rica, Isabel de Segura, y un mancebo pobre, Juan Diego Martínez de Marcilla, que se marchó por el mundo en busca de fortuna. Pero por culpa de la reina mora de Valencia regresó un día después de lo convenido, o sea, de la fecha en la que ella se casaba con otro hombre. Juan Diego se ocultó bajo el lecho conyugal y a eso de la media noche, cuando el marido cayó rendido por el sueño, o por el vino de Cariñena, salió de debajo de la cama y pidió a su amada el último beso. Ella se negó. Él murió al punto y al día siguiente, durante los funerales, Isabel le dio a Juan Diego el beso que le había negado en vida. Y de inmediato cayó muerta sobre el féretro. Fueron enterrados juntos. Siglos más tarde, Juan de Ávalos realizó un bello mausoleo en mármol blanco. Carlos Hernández, como digo, se negó a esa publicar esa colaboración mía, le llamé por teléfono y éste me dijo que él formaba parte de no sé qué patronato de los Amantes, etc. Le dije que ya no le mandaría más colaboraciones; y él, en absoluta reciprocidad, dejó de enviarme el periódico.

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