lunes, 23 de marzo de 2015

La carabela de Ramón





Hoy, tal vez por la lluvia, he estado leyendo un trabajo muy interesante del profesor Guillermo Fatás Cabezas publicado por  la Institución Fernando el Católico en 1990, que es un compendio de trabajos suyos, todos muy interesantes, publicados muchos de ellos en el diario Heraldo de Aragón. Pues bien, en uno de sus últimos capítulos, “Zaragoza desaparecida”, Fatás hace un elogio de muchos, yo diría que demasiados, edificios civiles y religiosos derribados por la piqueta a lo largo de los tiempos para desgracia de los zaragozanos, desde la Torre Nueva hasta edificios modernitas de la calle Bolonia, en beneficio de la especulación, en unos casos, y de la desidia municipal, en otros. Justo en la página 163 de ese compendio cuenta Fatás: “Hace casi cien años, don Simón Sáinz de Varanda, entonces exalcalde de Zaragoza, encabezó una protesta (inútil, claro es) frente a la hirsuta estulticia de quiénes lograron derribar la Torre Nueva. En 1982, algunos ciudadanos de Zaragoza estamos seguros de que el alcalde Ramón Sáinz de Varanda ha hecho de la salvaguarda del patrimonio cultural un objetivo irrenunciable de su gestión”. Pero Ramón Sáinz de Varanda, el primer alcalde democrático que tuvo Zaragoza desde la guerra civil, fallecía de larga enfermedad el 10 de enero de 1986 en pleno ejercicio de su mandato. Y le sustituyó, nombrado a dedo por Felipe González, Antonio González Triviño, que durante su mandato de nueve años al frente del Consistorio hizo los mayores adefesios urbanísticos en plazas y calles de los que los ciudadanos tenemos memoria. Menos mal que su sucesora, Luisa Fernanda Rudi, del PP, no hizo prácticamente nada reseñable en la ciudad. Yo sólo recuerdo la colocación de unas farolas isabelinas en la Plaza de Aragón de dudoso gusto, que las pagó el Banco Central Hispano, una tontería en medio de la Plaza de Mozart que parece el manillar de una bicicleta sobre un pedestal, unos arreglos con fuentecilla incluida en una plazoleta de San Ignacio de Loyola y poco más. Ella siempre decía que su trabajo no lo percibía en ciudadano  porque se hacía en el subsuelo (renovando tuberías), pero la verdad es que jamás hubo tantos reventones. Que se lo pregunten a los entonces responsables la Librería General, que le inundaron todos los sótanos llenos de libros. ¿No es verdad, De la Rica? Pues bien, agua pasada no mueve molino. Pero los adefesios de Triviño ahí están para vergüenza de todos; y el subsuelo del Paseo de la Independencia, el Paseo de los Reventones, donde José Atarés (sucesor de Rudi) pretendió hacer unos aparcamientos subterráneos, tuvieron que volverse a tapar al encontrarse vestigios importantes de la época romana. Eso sí, aprovechó aquel alcalde, al que días pasados le ha dedicado Belloch una avenida, para colocar unas farolas de pésimo gusto en forma de “ele”, lo más parecido a patíbulos para ahorcamientos. Sólo les falta la soga anudada. Y ahí siguen, no sabemos hasta cuándo. Pero hoy, también, tal vez por la lluvia, he estado releyendo el Suplemento Infantil de la revista de “Prensa Española” correspondiente al domingo, 31 de mayo de 1936, donde Roenueces conduce un taxi con carrocería hecha a base de tablones y Celia le llama: “Eh…taxi!”. Y en su última página, “Página de los lectores”, aparecen los dibujos de varios niños enviados a la revista para su publicación. Y entre ellos, hay una carabela dibujada por “Ramón Sáinz de Varanda, 11 años”. Me he emocionado.
 

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