martes, 3 de marzo de 2015

Riadas




En Zaragoza no se habla de otra cosa que no sea de la riada del Ebro. El espectáculo de este fin de semana en el Puente de Piedra, donde la gente hacía fotos y recordaba tiempos pasados, era de un paletismo propio de novela de Juan Blas Ubide. Hubo hasta quiénes se hicieron selfies en un vano intento de quedar bonito para la posteridad. Y, cómo no, vecinos que recordaban la riada de 1961 y  la de 1956, ¡que ya ha llovido! Se han inundado hasta los sótanos  del Registro Civil de la calle Alfonso, donde otrora estuvo Gay, la desaparecida tienda de ropa y regalos. Pero no hay mal que por bien no venga. Con un poco de suerte tal vez  a muchos ciudadanos se les borre del mapa y, cuando soliciten un Certificado de Nacimiento les digan ahora los funcionarios que no disponen del asiento en el folio correspondiente; mejor dicho, que sí disponen del folio de inscripción  aunque muy emborronado. Hace años, esas cosas se solucionaban en los libros de las parroquias, donde constaban las fechas de bautismo y hasta el nombre de los padrinos. Pero ahora, como cada vez se bautiza menos gente, aumentan las dificultades para recabar información de los curas ecónomos. Lo más correcto será, a este paso, acudir a las oficinas del INEM, porque es ahí donde estamos casi todos los ciudadanos inscritos desde tiempo inmemorial. Seguro que allí se sabe lo que hay que saber, es decir, que seguimos vivos y haciendo fila aunque un poco más desesperados cada día que pasa. A los ciudadanos, a este paso, donde habrá que registrarles no es en el Registro Civil sino en el Libro Registro de Objetos Usados,  que utilizan los chatarreros para asentar las compras y los que acuden al monte de piedad para empeñar lo poco que les queda, cuyo reglamento de 1919 fue modificado por la Ley 17/1985, de 1 de julio, y que firmó en el BOE el entonces ministro José Luis Corcuera, aquel electricista malencarado que pretendía entrar en los domicilios de los ciudadanos dando una la patada en la puerta. El PP –recuerdo- arremetió entonces contra la legislación socialista con la misma furia que más tarde el PSOE se opuso a la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana que obsesionaba a Jorge Fernández Díaz. Entonces, cuando Corcuera se quiso pasar de listo, la cara de perro las puso Federico Trillo, que por aquellos días era portavoz de asuntos de Justicia e Interior en las Cortes. Después, con la pretensión del ministro Fernández Díaz le tocaría el turno de pataleo a Eduardo Madina, el aspirante a la Secretaría General de los socialistas que pudo haber sido y no fue a la salida de Pérez Rubalcaba. Apareció en escena un tal Pedro Sánchez y se  acabó el carbón. En noviembre de 1993, el Constitucional declaró contrario a derecho el artículo de la patada en la puerta, tras lo que el ministro Corcuera presentó su dimisión. Fernández Díaz es, por si alguien no lo recuerda, el mismo político que dijo en París (con motivo de los actos terroristas en la revista satírica Charlie Hebdo) que “se controlará la frontera aunque haya que cambiar Schengen”. Pues  nada, haber si lo hace cuanto antes. Así evitaremos otra riada peor que la del Ebro, o sea, la de tipos incontrolados que sólo vienen a España para delinquir de las más diversas formas. Pero en este país ya se sabe: ni con Schengen ni sin Schengen tienen los males remedio. No hay motas que puedan frenar el avance de ciertas riadas. Tampoco es una cuestión de pelotas, de pelotas de goma quiero decir.

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