jueves, 9 de abril de 2015

No volverá




Cuenta Antonio Burgos en su artículo de ABC, “Y Sevilla se nos va”, que la chusma lo está invadiendo todo. “A Sevilla -comenta Burgos- le demolieron las viejas casas nobiliarias de la Plaza del Duque; le derribaron medio catálogo de Arquitectura Civil Sevillana; le convirtieron la Catedral en un parque temático y al barrio de Santa Cruz, en un Polo de Desarrollo Industrial Turístico. La degradaron, la adocenaron, la acatetaron. Le plantaron una Torre Pelli en los cielos que perdimos de Romero Murube…”. Romero Murube, dice. ¡Ay, dónde quedó la Generación del 27! Funcionario municipal y redactor-jefe de la revista Mediodía, don Joaquín tendría hoy “la tristeza del conde Laurel”, que dio nombre a una de sus novelas. Con Sevilla sucede una cosa: es tan bonita que se ha llenado de turistas que desean conocerla. Pero hay turistas respetuosos con lo sevillano fetén y chusma que todo lo confunde. Ya sólo faltaría que se flotasen aviones para hacer de Triana, de Los Remedios o de la Puerta Osario lo que hace un grupo de bestias en  el saloufest, donde una turba de británicos e irlandeses acomplejados invaden las calles desnudos y haciendo botellón. En Sevilla sobran las cuchipandas municipales, los turista irrespetuosos y los dislates a lo Monteseirín, por muy médico que sea. En Sevilla falta, cómo no, ese silencio elocuente que sólo se produce cuando se admiran los reflejos en un estanque, cuando se escucha el rumor de una fuente o cuando se huele a esencia de naranjos donde sólo hay palmeras o se sueña con limoneros brillando como hespérides. La Sevilla que yo conocí, esa, no volverá.

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