domingo, 26 de julio de 2015

Símbolos



 

A nadie que yo sepa le gusta que le toquen los símbolos, que cambian con los tiempos. Así recogía ayer Alfons Ribera, en la sección “Revista de prensa” del  El Periódico de Cataluña, lo siguiente: “El gesto simple y lógico de Colau de retirar un busto de Juan Carlos I del Ayuntamiento de Barcelona, porque ese señor ya no representa nada en este país, ha levantado ampollas en la derecha mediática y política. Incluso los que más atizaron al exmonarca durante los últimos años de su mandato por sus extravagancias, errores de bulto y millonarias cuentas privadas son ahora los primeros en rasgarse las vestiduras por tamaña afrenta”. También en Zaragoza se ha montado la de Dios es Cristo por el deseo del Ayuntamiento, que preside Pedro Santisteve, de cambiar el actual nombre de Pabellón Príncipe Felipe por el de Pabellón José Luis Abós, que fuera entrenador del CAI antes de que un cáncer lo fulminase en poco tiempo. Pero, ¿de dónde ha salido tanto monárquico de última hora? No lo entiendo. Sigue escribiendo Alfons Ribera que “tanto la representatividad como los méritos varían” (…) “De ahí que muchas calles Generalísimo Franco respondan hoy a Constitución o Libertad. Y de ahí también que la aparición de gobiernos municipales y autonómicos de izquierdas se corresponda con sensibilidades diferentes a la hora de mover esa simbología, como pasará con los nombres de las calles de Barcelona y Madrid, de las que desaparecerán, por suerte, referencias al franquismo, a los vencedores de la guerra civil y a personajes impresentables, como por ejemplo la reina Isabel II, su abominable padre o su geniuda madre, cuyo segundo marido inauguró oficialmente el urdangarinismo y la corrupción desenfrenada”. Los fetiches, como los símbolos, son absolutamente inútiles para el Estado. Se necesitan mejores hospitales, una óptima educación pública, gasto de dinero en investigación y desarrollo… Y esas cosas sólo se consiguen con una excelente Sanidad Pública, con unas modernas escuelas y universidades también públicas,  y con un tejido empresarial serio y competente. La tradición nunca debe servir de excusa para entronizar imágenes de deidades o símbolos monárquicos. La libertad y la igualdad deben primar en una democracia que se precie de serlo. Digámoslo claro: los símbolos nunca son inocuos ni inocentes, especialmente cuando están ubicado en lugares  de poder por una razón de peso: adoctrinan. Seguro que en Suecia o Reino Unido nadie se plantea quitar símbolos monárquicos. Pero el caso español es distinto. Del trágala del franquismo y de la posterior represión contra media España con la aquiescencia de los obispos pasamos al trágala de un sucesor a título de rey puesto a dedo por uno de los máximos responsables de un golpe de Estado y de una posterior guerra civil contra la Segunda República legalmente constituida en 1931.En España nunca se planteó la forma de Estado en las Cortes Constituyentes. Había demasiado miedo. Y hay cosas que difícilmente se arreglan con el paso del tiempo.

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