sábado, 11 de julio de 2015

Stocks de asilvestrados





Enric Gonzáles, en El Mundo, al hacer referencia a ese posible cambio de placas en el callejero de Madrid, todas ellas relacionadas con el franquismo, pone el dedo en la llaga y señala: “¿En serio quieren quitarle una calle a Manolete? ¿Y a Dalí? Hombre, comprendo que no se dediquen avenidas a un psicópata asesino como Millán Astray, pero carece de sentido anular casi medio siglo de la historia de España. Francisco Franco existió y existió el franquismo, impuesto al principio por las armas y luego por asentimiento mayoritario. Nadie mató al franquismo, murió de viejo”. Cierto. Un régimen totalitario no dura en el poder casi cuarenta años si los ciudadanos no quieren. Y cierto es, también, que en septiembre de 1975 se llenó la Plaza de Oriente en defensa de aquel régimen autoritario, mientras la Europa civilizada echaba chispas por las últimas ejecuciones sumarísimas llevadas a cabo en septiembre. A los que ahora tienen mala memoria histórica les recuerdo que el Parlamento Europeo invitó a la Comisión y al Consejo de Ministros a congelar las relaciones existentes con España “hasta que  la libertad y la democracia sea establecidas en el país”. Tanto la Comisión Europea como el Consejo de Ministros y el Parlamento de los “nueve” habían solicitado al régimen de Franco clemencia para los tres militantes del FRAP y los dos de ETA, fusilados en la madrugada del sábado, 27 de septiembre. Manuel Fraga, al que se le atribuye el dicho: “el mejor terrorista es el terrorista muerto”, era por aquellos días embajador de España en el Reino Unido. Unas fechas antes, el Gobierno griego presidido por  Caramanlis había decidido por unanimidad proponer la conmutación de tres penas de muerte contra los máximos responsables (coroneles George Papadopulos,  Stylanos Patazos y Nicolae Makarezos) del golpe de Estado del 21 de abril de 1967. Otras trece peticiones a la máxima pena fueron reducidas. Aquel Gobierno heleno prefirió afrontar las iras de la Oposición que crear ansias revanchistas. Los errores siempre se pagan y no conviene olvidad que el rey Constantino I (cuñado del exrey Juan Carlos) tuvo que salir zumbando de aquel país por haberse puesto al lado de los coroneles. Algo parecido a lo que le pasó a Alfonso XIII por el Pacto de San Sebastián. A aquel nefasto rey de España no se le perdonó, tampoco, haber  consentido el golpe de Primo de Rivera en septiembre de 1923 ni otras cuestiones de enorme calado, como sus ánimos por telegrama al general de división Manuel Fernández Silvestre, entonces comandante general de Melilla, que resultó ser una absoluta nulidad para el mando de las tropas, poco antes del desastre del Rif. Pero casi lo peor de todo fue que aquella zona africana, el valle de Annual, era de un nulo valor estratégico, donde no merecía la muerte de un solo soldado. He dicho “casi” porque hubo algo peor: lo que hizo el rey de España; o sea, aplaudir a los pablorromeros desde la barrera de sombra y parapetarse en la distancia que le separaba del campo de lucha de soldados españoles, todos ellos de recluta obligatoria, contra las cavilas de Abd-el-Krim El Jatabi, alias Pajarito, aquel malhadado día  22 de julio de 1921. Existe una anécdota sobre Silvestre que no quiero pasar por alto: en marzo de 1954, Abd-El-Krim, exiliado en Egipto, recibió en su palacio de El Cairo al periodista  Fernando P. de Cambra. En un momento dado, Cambra le preguntó a Abd-El-Krim sobre el final de Silvestre. “¿Cayó luchando? ¿Lo asesinaron? ¿Murió en el cautiverio?”.  “No, nada de eso -respondió Abd-El-Krim-, si hubiera sido hecho prisionero le habríamos respetado la vida como hicimos con el general Navarro. El general Fernández Silvestre se suicidó en Annual cuando vio que la posición ya no podía resistir más. Fue un bravo soldado que no admitía la derrota. Tal vez fuera demasiado impulsivo. Tuve entre mis manos su fajín”. Al concluir la entrevista, Abd-El-Krim le obsequió con una espléndida cena árabe y más tarde le entregó una carta para el general Franco. De regreso a España, Cambra, a través del ministro de Información y Turismo, Arias Salgado, hizo llegar a Franco la carta de Abd-El-Krim (junto con un pequeño informe de lo hablado durante la entrevista que le concedió en El Cairo), cuya carta Franco no quiso leer, manifestando a  Arias  Salgado: “No deseo saber nada de traidores”.

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