miércoles, 26 de agosto de 2015

Botafumeiro





Ahora resulta que unos investigadores chinos de la South China University of Technology de Cantón acaban de descubrir que el humo procedente de la quema de incienso es peor que el humo del tabaco y que las partículas de ese humo inhalado quedan atrapadas en los pulmones, lo que puede causar una reacción inflamatoria y, según estudios previos, también está relacionado con el cáncer de pulmón, la leucemia infantil y el desarrollo de tumores cerebrales. Ahí es nada. Yo sabía que tener malos humos era equivalente a enfadarse y llenarse de soberbia y vanidad como consecuencia de la ira.  La expresión proviene de la antigua costumbre romana de pintar los atrios de los antepasados miembros de una misma  familia, que con el tiempo resultaban dañados por las inclemencias del tiempo y los humos. De aquellos atrios que presentaban peor aspecto se decía que tenían muchos humos, lo que confería para los moradores un símbolo de prestigio. Ahora hará falta saber qué opina el titular de  la archidiócesis de Santiago de Compostela, Julián Barrio Barrio, nacido en 1946 en Manganeses de la Polvorosa, el pueblo zamorano que tuvo la fea costumbre hasta 2002 de que los quintos lanzaran al vacío una cabra desde la torre de su iglesia, con la esperanza de que la recogieran otros mozos antes de que se estrellara contra el suelo. Lo más normal era que el pobre animal muriera de un modo parecido al de Claudio Guerin, cuando se cayó de la torre de la iglesia de Noya mientas rodaba La campana del infierno. Pero a lo que iba. Ahora, en vista de lo que afirman los investigadores chinos, deberíamos saber de buena mano qué opinión le merece ese descubrimiento al Cabildo Metropolitano, si el botafumeiro (que significa en gallego “esparcidor de humo”)  va a seguir cumpliendo con su función en la Catedral o, por el contrario, lo columpiarán sin que arda la candela. Si eso aconteciera, dejarían de entrar los turistas para ver el espectáculo y los ocho tiraboleiros que bailan el armatoste deberían cambiar de oficio. Dicho armatoste pesa 53 kilos y tiene metro y medio de altura. En 1499 se desprendió de sus cuerdas y salió por la Puerta de Platerías como alma que lleva el diablo estando presente Catalina de Aragón (quinta hija de los Reyes Católicos), que entonces tenía catorce años. Lo mismo sucedió en los años  1622 y 1937. En ninguno de los tres casos hubo víctimas. El actual botafumeiro es de latón bañado en plata y fabricado en 1851. El anterior se cuenta que lo robaron los franceses en 1809. Es caso es que se esfumó como el Códice Calixtino, solo que en aquellos tiempos de la Guerra de la Independencia no había nacido todavía el electricista José Manuel Fernández Castiñeiras para poder echarle la culpa.  El botafumeiro sólo funciona una docena de veces al año, salvo que algún caprichoso turista desee contemplar su funcionamiento, previo pago de 300 euros por adelantado. Por ese dinero yo creo que los tiraboleiros hasta le pueden cantar a coro al visitante “Catro vellos mariñeiros”. Otra solución posible podría consistir en sacar el botafumeiro al centro de la Plaza del Obradoiro. Los humos se disiparían como sucede en los veladores con el humo de los cigarrillos desde la ley antitabaco. Claro, a los actuales tiraboleiros habría que sustituirlos por trabajadores con contratos a tiempo parcial, como sucede con los camareros de mesas en la Costa Dorada.

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