martes, 29 de septiembre de 2015

El triunfo, ¿pero de qué Ilustración?





Los siete puntos de Jordi Sevilla enunciados en El Mundo deberían hacer reflexionar a Mariano Rajoy y a todo el Gobierno que él preside. “La sensación –señala Sevilla- de que el Gobierno carece de un proyecto nacional de futuro, que no sabe a dónde quiere ir y que se limita a apagar fuegos en clave partidista, buscando permanecer en el poder a toda costa, genera hoy mucha más inquietud en los mercados financieros internacionales, que cualquier otra cosa relacionada con España. Reunirse con inversores es fácil, sobre todo para un ministro  [Guindos] o un cargo político destacado. El problema es para qué la reunión, qué se les dice, cuál es el mensaje que se les transmite. Y ahí es donde el Gobierno se muestra vacío de ideas, más allá del miedo que ya no funciona. Ni entre los votantes, ni entre los inversores, ambos con posibilidad de contrastar el mensaje gubernamental con otras visiones y otras propuestas, más interesadas en construir un país con futuro.” Pues bien, Sevilla viene a decir en cada uno de esos siete puntos lo siguiente: primero, que existe una autosatisfacción injustificada por parte del Gobierno y que “España no puede competir a base de salarios bajos y mercado laboral precario”; segundo, que “existe un volumen de deuda interna muy elevado en el sector privado y creciente en el sector público”; tercero, que “el paro juvenil es récord en Europa”; cuarto, que “existe una fractura social tremenda, con un elevado  porcentaje de ciudadanos en la pobreza”; quinto, que hay “una economía dual, con bastantes empresas globalizadas que compiten en los mercados mundiales, junto a un importante segmento de actividad económica que basa su rentabilidad en rentas derivadas de su proximidad a decisiones administrativas discrecionales que generan riesgos legislativos”; sexto, que España cuenta con “un sistema fiscal poco dinámico, que castiga con una carga tributaria a las rentas generadas por el trabajo, el esfuerzo y el emprendimiento, superior a la que aplica a las rentas derivadas de la riqueza adquirida”; y, séptimo, que permanece una “sensación generalizada de que hace falta un gran impulso de consenso reformista en España que ataje la corrupción, mejore el funcionamiento de la justicia, de las administraciones públicas y de los procesos de toma de decisiones públicas, incluyendo una reforma de la Constitución, que se compadece mal con el tancredismo que cualquiera puede observar en el presidente Rajoy, cuya decisión más importante es no tomar decisiones, o cambiar cuando se ha adoptado alguna.” Un cóctel –según Sevilla- con siete ingredientes letales capaces de dejar turulato al más pesimista. Si a esa pócima le añadimos unas gotas de angostura, es decir, el resultado del PP en los comicios de anteayer en Cataluña (123.000 votos menos que en 2012, que equivale a pasar de 19 a 11 diputados)), y que José María Aznar – y así lo señalaba ayer El País - “ya ve al PP ante el peor escenario posible”, nos encontramos  ante un panorama de cara a las generales lleno de perplejidad por el avance imparable de grupos emergentes de toda condición. Por otro lado, en un editorial de ayer en ese diario, su presidente Juan Luis Cebrián, en su trabajo  “Españoles, a las urnas cuanto antes”,  anotaba: “La noticia de ayer es de una importancia insoslayable: consiste en la ruptura del consenso constitucional en una comunidad autónoma que representa el 20% del producto interior bruto de España y el 15% de su población”; y, en consecuencia,  ve irresponsable que el presidente del Gobierno quiera apurar la legislatura hasta Navidades. El deseado “triunfo de la Ilustración, que ayer no pudo ser”, según Cebrián, necesita -según lo entiendo yo- del fin del bipartidismo como primera medida para que pueda ser factible. Ya dijo Voltaire, el ilustrado más radical, que “no hay reloj sin relojero”. Ni Cánovas ni Sagasta ni Rajoy ni Sánchez saben muy bien por dónde caminan. Lo dejó claro Julio Cerón hace casi tres décadas en un pequeño recuadro del diario ABC: “El que vale poco y se cree que vale más de lo que vale, no vale”. España perdió el tren de la Ilustración y se apagó la luz de la razón el día que los españoles echaron a Napoleón de nuestras tierras y al grito de “¡vivan las cadenas!” nos convertimos en vergonzosos vasallos del Borbón de barbilla zoqueta, Fernando VII. Sarna con gusto, no pica. Lo que parece raro es que desee el triunfo de la Ilustración precisamente José Luis Cebrián (hijo de Vicente Cebrián, director del diario Arriba, órgano de Falange Española), periodista que comenzó su andadura en el diario Pueblo, a las órdenes de Emilio Romero, que en 1974 fue nombrado jefe de los servicios informativos de RTVE con el último gobierno de la dictadura franquista, y que ese mismo año fue nombrado director del diario ABC, siendo Arias Navarro jefe del Gobierno que dio su aprobación. Lagarto, lagarto… Seguro que al referirse al “triunfo de la Ilustración” se referiría Cebrián, supongo, a la “ilustración” de determinadas páginas de huecograbado de no sabemos qué diario (aunque presumo que al diario de la grapa) y de no sabemos cuándo. Si no, no se comprende.

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