domingo, 22 de noviembre de 2015

Monasterio Sancti Spíritus





Por la prensa me entero de que el Monasterio Sancti Spíritus, perteneciente a  la congregación de las dominicas contemplativas en la Ciudad de Doña Elvira, prepara un amplio programa de actos para conmemora el VII centenario de su fundación. En  la iglesia se encuentra el sarcófago en alabastro de Beatriz de Portugal, esposa de Juan I de Castilla. También se halla en el lateral derecho una lápida que indica que allí está enterrada Leonor Sánchez de Castilla, priora del monasterio, hija del conde Sancho de Castilla y nieta de Alfonso XI, así como otra sepultura situada en uno de los coros (hay dos) de Teresa Gil, fundadora del Monasterio en 1307, tras el traslado de sus restos desde la iglesia de Santo Domingo, en Zamora (una vez que la capilla del Monasterio estuvo terminada en 1345). En 1868, durante el Sexenio Revolucionario,  las monjas dominicas se vieron obligadas a abandonar su residencia, y no regresaron hasta 1871. Durante ese tiempo desaparecieron muchas obras de arte que nunca pudieron ser recuperadas. El primitivo retablo del altar mayor fue entregado a la iglesia de la Trinidad de Toro en 1698 y sustituido por otro de estilo churrigueresco. Error irreparable. En la actualidad existen en el Monasterio diez monjas, de las que dos de ellas son novicias. Y en sus cocinas monacales elaboran diversos dulces: pastelitos de gloria,  marquesitas de mazapán, polvorones de yema, bocaditos de ángel y los muy conocidos amarguillos almendrados, elaborados con almendra, clara de huevo, azúcar y esencia de limón. Existen otros amarguillos, los fabricados en Villondo (Palencia) desde hace más de cien años y que comenzó a elaborar  Heriberto Pedrosa a principios del siglo XX, posiblemente reproduciendo la maestría de las monjitas de Toro. Por cierto, el pasado viernes día 20 de noviembre fallecía a la edad de 85 años Emilio Pedrosa Salomón, hijo de Heriberto. Descanse en paz. Pero no quiero terminar sin añadir a lo ya dicho que siendo alcalde de Toro Ignacio Ortiz de Latierro se arregló el refectorio del Monasterio para hacer un pequeño museo y se habilitaron unas habitaciones con sus correspondientes baños para dar posada al foráneo que llegaba a la Ciudad y no encontraba lugar donde hospedarse. En cierta ocasión pasé una o dos noches en el Monasterio y puedo decir que la estancia fue confortable y silenciosa. Eso sí, tuve que hacerme la cama. Sábanas y mantas, todas muy limpias y plegadas, estaban perfectamente colocadas sobre el colchón. Al entrar noté mucho frío. Pronto descubrí que las llaves de la calefacción estaban cerradas para ahorrar energía. A partir de ahí todo fue bien. Por si fuera poco, en un subeplatos instalado en el pasillo habían dispuesto unos platos con jamón y queso. Todo un detalle. Me dieron una llave para que pudiese entrar y salir del recinto religioso a la hora que considerase oportuno y sin tener que molestar a nadie. A la mañana siguiente, cuando quise pagar la estancia, no había ninguna monjita a la vista. Todas ellas estaban en sus oficios religiosos, no sabía dónde. Oía cómo cantaban a coro pero no conseguía verlas. Por fortuna, me dio  tiempo para visitar la iglesia con más detenimiento. Por fin apareció una religiosa sonriente.  Al preguntarle cuánto les debía, me respondió: “la voluntad”. Le entregué una cantidad de dinero, entonces eran pesetas, pero nunca llegué a saber si le habría entregado el precio justo. Nunca he visto un interés más desinteresado. Siempre les estaré muy agradecido.

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