viernes, 25 de diciembre de 2015

Alunizaje





Hasta ahora, los alunizajes se producían en las joyerías. De hecho, muchos de esos negocios, alunizados en varias ocasiones, tuvieron que adaptar, además de la persiana, unos bolardos en las puertas de sus negocios por exigencia de las compañías aseguradoras. Pues bien, ahora los alunizajes ya no se producen sólo contra las lunas de los escaparates sino contra las puertas de las iglesias. Y así ha ocurrido en la madrugada de este jueves. Ayer contaba El Correo de Andalucía que “hacia las 4.30 horas, dos individuos encapuchados estrellaron su coche contra la puerta principal de la Parroquia de la Granada de Guillena, llevándose consigo después las coronas de la patrona de la localidad y del Niño. La escena fue detectada por una cámara cercana, en cuyas imágenes se puede apreciar que el coche utilizado es un Ford Escort. Este vehículo fue robado de un municipio próximo, según indica una denuncia reciente, Además del robo de estas dos joyas de plata dorada, las imágenes han sufrido daños. La Virgen se encontró en el suelo, con un dedo roto, y la talla del Niño tiene la cabeza dañada en el punto donde estaba fijada la corona”. Hasta ahí la noticia. Como puede comprobarse, por estos pagos la saña machista se produce hasta con las efigies. Pero esas cosas suceden por no custodiar debidamente el rico patrimonio que se encuentra en iglesias y templos. De las ermitas en descampado no digamos. Cualquier día no dejarán ni los ladrillos. A mi entender, coronar a las imágenes como si fuesen reyes de la baraja (que esas son cosas de Fournier, Vitoria) se me antoja como algo fuera de lugar. Las coronas, como los capelos cardenalicios, los fajines de los generales o los adornos con plumas ajenas,  son vanidades de este mundo. Siempre recordaré cuando siendo niño me llevó mi abuela a casa de unas señoras a las que tenía por muy ricas y que disponían hasta de oratorio en casa, para desde un balcón poder ser testigo de la coronación de la Virgen de los Ojos Grandes, patrona de Lugo. Y una semana antes, también lo recuerdo, tuve que hacer ensayos con la chica de servicio sobre cómo debería saludar besando la mano a esas señoras cuando entrase en su domicilio de la calle de la Reina. La respuesta de aquellas señoras tras mi saludo fue: “¡Qué mono, qué mono!”, y a mí me quedó una sensación rara,  poco natural. Aquellos actos aparatosos con el nacional-catolicismo de fondo, formaban parte, quiero suponer, del derecho consuetudinario de los ganadores de la guerra. Como doy por hecho que también lo sería la limpieza de las coronas de las vírgenes  con sidol coincidiendo con la fiesta de la Candelaria, que era el día en el que la gente de orden, que leía el ABC y deshojaba el taco calendario del Corazón de Jesús, desmontaba los belenes hasta la siguiente Pascua de Nacimiento.

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