lunes, 11 de enero de 2016

El profeta Negroponte





Nicholas Negroponte, que ya acertó cuando predijo en 1984 cómo iba a ser nuestro próximo futuro merced a los ordenadores, las pantallas táctiles y todas esas zarandajas, sale ahora diciendo que “la mejor manera de llegar a nuestro cerebro es a través del torrente sanguíneo con nanorobots, así que podremos aprender idiomas con tan sólo tomar una pastilla”. Hombre, ¿y porqué no se podrá aprenderse todo el temario de oposición a Abogacía del Estado en una sola toma? Ya puestos… En fin, si lo dice Negroponte habrá que creerle. Mi duda está en si tal pastilla deberá tomarse por vía oral después del desayuno, durante la comida o antes de la cena. Sobre eso de poseer don de lenguas, ya Saulo de Tarso, Pablo el Jockey para los amigos, en su Primera epístola a los corintios hacía referencia a ese tipo de cosas. Y en los Hechos de los Apóstoles se cuenta que aquel don, transmitido por el Espíritu Santo a los apóstoles cincuenta días después de resucitar Cristo y coincidiendo con la Pascua judía de Pentecostés mediante unas lenguas de fuego, cesó con la muerte de éstos, en el siglo I. Claro, por aquel entonces no existía la pastilla del profeta Negroponte y se comprende que con la muerte de cada uno de los apóstoles se fuese también fundiendo el disco duro del poliglotismo existente en su colodrillo. Pero pronto será distinto, si se cumple la profecía de Negroponte. Lo que ya no sabemos es qué idioma podrá aprenderse, si latín, alemán, sueco, ruso o catalán, por citar algunos de ellos. Porque para aprender chino, es un suponer, será necesario tomarse varios tubos de pastillas. Y para aprender gallego y poder cantar aquello de “Se queres trocar con agua. / Se queres trocar troquemos/ estes meus ollos gallados/ polos teus que son morenos”, bastará con un cuarto de pastillita disuelta en una cuchara con agua. Es decir, todo irá en consonancia con la dificultad de idioma deseado. Tampoco sabemos si tales pastillas entrarán en el petitorio del SOE, que en el del PSOE seguro que no entrarán hasta que ese fármaco contra la estulticia no sea genérico. Más adelante  hasta podría ser que apareciesen grageas para otras cosas, verbigracia, aprender a tocar el bombardino, escribir mediante pictogramas como hacían los sumerios con tablillas de arcilla húmeda,  saber hacer encaje de bolillos, o bailar el Bolero de Algodre con la maestría que lo hace vestida de viuda rica una conocida mía, Oriana, como el personaje de Amadís de Gaula, residente en Villamor de Laladre: “El que baile bolero, / tenga cuidado, / ay, ay, ay”, o sea. Yo, que sólo conozco la legua de Cela, espero hacerme con un pastillero clasificador para conocer lo que debo tomar, en qué dosis y a qué hora, que esas cosas de estar al cabo de la calle hay que graduarlas concienzudamente. Y, cómo no, procurar no tomarlas caducadas, que nunca se sabe lo que puede ocurrir, así como leer el prospecto con la posología y los efectos secundarios, no vaya a acontecer que aprenda a decir en inglés “mi tío es sastre”, es decir, “my uncle’s tailor”, o algo parecido, y se me olvide la tabla de multiplicar.

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