martes, 19 de enero de 2016

La estética de lo grotesco





Hoy en El Mundo, Luis María Anson ha aparecido en su “Canela fina” muy inspirado con sus evocaciones a Francisco de Quevedo. “En el nuevo Congreso de los Diputados, los jóvenes rastafaris de Podemos –señala Anson- parecen decir a los veteranos del PP y del PSOE lo que Plutón a los aristócratas en la sátira quevedesca: “Toda la sangre, hidalguillo, es colorada, parecedlo en las costumbres”. (…) ”El pueblo español contempla el espectáculo de la clase política, en el esplendor de su radiante mediocridad. Durante las últimas semanas los políticos nos han conducido al esperpento. Resulta ya claro para todos que el régimen de la Transición se ha agotado. Asistimos a la descomposición del sistema y estamos en la frontera de las zahúrdas de Plutón”. No cabe duda de que en la época de Quevedo hubo políticos muy corruptos, como el duque de Lerma o el conde-duque de Olivares. Quevedo utilizó la sátira, “que debe marcar sin hacer sangre”. “Y la risa -como contaba Bajtín- nunca pudo oficializarse, fue siempre un arma de liberación en las manos del pueblo”. Rajoy dice tener su fórmula de Gobierno, el nuevo bálsamo de Fierabrás, pero no convence a nadie. Como indica Ana Pardo de Vera en Público, “el presidente en funciones ironiza sobre quienes se quejan de la situación económica al mismo tiempo que llegan a España 70 millones de turistas”. Y Rajoy remata su faena con esta capa revolera: “A lo mejor vienen obligados”. Como puede observar el lector, esa es la verdadera estética de lo grotesco. En este país de cornudos, alguaciles, vírgenes, celestinas y traidores a la patria, todo vale. Cuando yo era niño, en la prensa  anunciaban cursos por correspondencia para saber hacer radios (recuerden aquella Radio Maymo) o aprender taquigrafía en siete días. Ahora no. Ahora, digo, lo que prima es saber cocinar y hacer algún máster en turismo y restauración, o sobre protocolo y cómo organizar eventos. España es un país de calimocho, camareros y chiringuitos playeros. Y debemos convertirnos en titiriteros para que los turistas no se aburran. David Trueba cuenta en El País, (en referencia al Edificio España y la “espantá” del chino Wang Jianlin, que se lo había comprado al Banco Santander en 265 millones, en junio de 2014, al no permitirle el Ayuntamiento que preside Carmena hacer su albedrío) que “Madrid aspira a degradar su almendra central como lo ha hecho Barcelona en la última década, transformando avenidas tan cruciales para su carácter como el Paseo de Gracia y las Ramblas en un desfile de franquicias cuya finalidad es ordeñar al turista y espantar al vecino local, ese estorbo”. Y así nos luce el pelo.

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