sábado, 6 de febrero de 2016

A propósito de la muerte de un limpiabotas





En Sevilla,  “en el Altozano, entrando en San Jacinto a la derecha estaba la extinta bodeguita de José Lérida”, donde el limpabotas Chaque de Triana “con mucho arte y tanta humanidad que humanizaba todo lo que le rodeaba”, sacaba brillo a los zapatos de la distinguida clientela. Murió el pasado día 3 de febrero, según cuenta en  El Correo de Andalucía Manuel Bohórquez, al que da gusto leerle. A mí estas cosas me causan pena. Me desconsuela que desaparezcan hombres con oficios casi amortizados. A Chaque de Triana no llegué a conocerle pero da igual, eso es lo de menos. Hay oficios casi amortizados o amortizados del todo. Lo contaba Antonio Burgos en su columna de ABC del pasado 28 de enero a propósito de la muerte de  José Cantos Navarro, muerto tres días antes, y de profesión “viejo telegrafista”, como él ponía en sus tarjetas de visita. “No sólo han desparecido los oficios tradicionales –decía Burgos- que dieron nombre a muchas calles gremiales: toneleros, boteros, albéitares, curtidores, talabarteros, herradores, lateros, silleros... También han desaparecido ya, como nuestro viejo telegrafista, los oficios de la revolución industrial: torneros, fresadores, caldereros. En el tren ya no quedan maquinistas, ni fogoneros, ni revisores, ni factores, ni mozos de estación. En los periódicos ya no hay linotipistas, ni cajistas, ni ajustadores, ni correctores, ni atendedores. Hasta las tecnologías de la comunicación de han quedado antiguas: ya no hay télex, ni teletipos. Hasta el propio fax es una antigualla”. Algo parecido le sucede a mi vieja radio de válvulas Telefunken, que permanece muda en un rincón del cuarto de estar, o a mi vieja máquina de escribir Underwood, que ya ha cumplido más de noventa años y que dejó de trabajar para siempre el día que me compré un ordenador a plazos. El oficio de limpiabotas, ay, fue desapareciendo al tiempo que lo hicieron los viejos cafés, como el madrileño Regina, limpio y elegante, bajo el hotel del mismo nombre, en Alcalá, 19, donde Manuel Azaña se sentía más literato que político. Hoy es una oficina bancaria. Y así todo.

No hay comentarios: