viernes, 18 de marzo de 2016

Imperfección ideal




Manuel Bohórquez escribía hace unos días en El Correo de Andalucía que “Sevilla no es una ciudad perfecta, pero tiene esa imperfección que roza lo ideal. Quien intente cambiarla lo lleva claro, y siempre ha habido quienes lo han intentado. Hay quienes consideran que está llena de tópicos, los de su color especial, su luz única, el olor a azahar o a albures adobados”. Y eso que he leído me recordó a un tipo que trabajó conmigo en Sevilla, un tal Gómez, que cada verano llegaba desde Valladolid. A la salida del trabajo, ambos solíamos acercarnos hasta la calle de San Eloy para tomar unos finos en una bodeguita que había entonces, no sé ahora, a la entrada de esa estrecha calle, casi enfrente por frente del bar Iruña. Pues bien, el pucelano Gómez se rebotaba a medida que se echaba al coleto el segundo catavino a pequeños sorbos. No entendía cómo eran los sevillanos ni cómo hablaban. Y siempre terminaba por ponerme como ejemplo su añorado Valladolid, donde contaba que se vestía bien y se hablaba con un cierto aseo. Al verano siguiente volvía Gómez a Sevilla y siempre la misma cantinela. Así, tres veranos seguidos. Aquello era insufrible. Gómez suponía que los sevillanos deberían hacer un esfuerzo por parecerse a los castellanos. No había manera de que lo consiguiera y eso le enfurecía. No sé que habrá sido de Gómez. Hace muchos años que le perdí la pista. Posiblemente Gómez, considerando que hoy sería casi centenario, se iría al otro barrio dando por hecho de que Sevilla no era una ciudad perfecta ni llevaba camino de serlo; sin saber, digo, que su imperfección rozaba lo ideal. Escribía Antonio Burgos en “Las palabras que perdimos” (ABC de Sevilla, 30 de junio de 2014) que “aquí nos gastamos millonadas en restaurar monumentos y dejamos perderse, por abandono, por comodidad, por mal gusto, el valiosísimo patrimonio inmaterial de los ritos. O de las palabras. El sevillano está perdiendo el tesoro de sus palabras más clásicas. Las dice y la gente se sorprende. Pero les gusta volver a escucharlas”. Lamento que Gómez no lo entendiera así. ¡Qué le vamos a hacer…¡

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