jueves, 12 de mayo de 2016

Bajemos el telón a este sainete




Es posible que los políticos utilicen en sus mítines, de aquí al 26 de junio, el hipérbaton, esa licencia literaria que consiste en cambiar el orden de las palabras en una frase, sin que pierda sentido: verbigracia, “Blancanitos y los siete enanieves”; “jano serramón”; “salpisco de maricón”, etc. El recordado José Antonio Garmendia sabía mucho de eso y de otras cosas que ahora no vienen a cuento. Ese idioma macarrónico, que no dice nada y que entiende todo el mundo, Garmendia lo conocía como “entrudia”. Pero no pasa nada. Hay veces que aún hablando el castellano de forma correcta, el camarero no te entiende. Eso me ocurrió a mí en un pueblón de Badajoz, grande y destartalado. Estaba cansado de callejear de un lado a otro y me senté junto a  otras dos personas que me acompañaban en un velador poco concurrido. Enseguida apareció un camarero de esos de chaquetilla blanca, como Lucio en la Cava Baja. Le noté cara de panoli, pero no le di mucha importancia. Era flaco y moreno, al menos así lo recuerdo, y con aspecto de no ser hábil en su oficio. La petición nuestra fue sencilla: una infusión de manzanilla, un café cortado y agua tónica. El camarero se marchó y quince o veinte pasos más adelante se paró en seco, se sujetó la mandíbula con la mano, apoyó un a pierna sobre una silla y así permaneció un rato, como catatónico. Me recordó a El Pensador de Rodín, o de Dante a Las Puertas del Infierno, o a ese hombre de El Juicio Final, de Miguel Ángel. Pasaban los minutos y el camarero continuaba en la misma posición. Bastante tiempo después se acercó hasta la puerta del bar, donde había una mujer de mediana edad mirando hacia las mesas. El camarero le dijo algo en voz baja y aquella empleada se acercó hasta nosotros y nos preguntó qué deseábamos tomar. Le repetimos lo mismo que le habíamos dicho al camarero, volvió al bar y al momento nos sirvió. El camarero se quedó en la puerta, en el lugar que ocupaba ella minutos antes, pensativo, como reflexionando sobre no sabemos qué. Nunca supimos qué le había sucedido. Era como si le hubiese caído encima el telón al final de un sainete. No quiero ni pensar si llego a utilizar el hipérbaton y le pido, además de la bebida, una “ensaladisa rulla” o un “salpisco de maricón”. Nunca se sabe. Tal vez me hubiese entendido. Me quedé con esa duda en la trocha hacia Lisboa. Ahora los políticos utilizan los hipérbatos de forma solapada, por marear la perdiz. Pero los políticos no usan la tesis ni el paréntesis ni la anástrofe, sino la histerología, para alterar el orden de las palabras y decir primero lo que debería ir después; o decir lo que se debe hacer ahora cuando, pudiendo, no lo hicieron ellos cuando gobernaban. Ya lo dijo Iriarte: “Si el sabio no aprueba, malo/ si el necio aplaude, peor”. En política, como en el teatro, una cosa es hacer el papel de otro, sustituirle en algún cargo o empleo, y otra sostener el carácter del personaje. Pronto sonará el clarín y se abrirán los colegios electorales. A Sánchez le están moviendo el asiento y el dios Genio permanece impasible en La Moncloa sin salirse de sus quicios, mientras los patricios y la gente acomodada y corrupta ya le ven ganador, y ridiculizan los vicios y afean las malas costumbres, como en las comedias de Esquilo, viéndose ya seguros del perdón.

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