viernes, 13 de mayo de 2016

Mejor no salir de casa





Hay días en los que uno sale a dar una vuelta al caer la tarde y regresa a casa como si le hubiese pasado por encima un camión de sifones y oranges. Meterse por el casco viejo de Zaragoza tiene esas cosas. En una placilla, muy cerca de El Tubo observé que había libros en la puerta. Se me hizo raro, porque aquella librería de viejo siempre trabajaba a puerta cerrada. Pues bien, un cartelillo decía que el precio de los libros estaban abriendo las tapas. En efecto, el importe aparecía escrito a lapicero en el ángulo superior derecho. Y allí estuve mirando con la espalda rendida como si buscase caracoles. No encontré nada que mereciera mi atención y decidí pasar al interior. Allí sí había en las diversas estanterías libros más interesantes. En un momento determinado, en una balda a la altura del ombligo, del salon en el ángulo oscuro, había dos tomos con lomo de piel y bastante bien conservados que me llamaron la atención sobremanera. Se trataba de dos ejemplares (tomo I y tomo II) de la primera edición de las Obras de G. A. Bécquer (Madrid. Imprenta de T. Fortanet, 1871) con prólogo de Ramón Rodríguez Correa, su gran amigo, el mismo que en 1858 hizo publicar en La Crónica de Madrid su primera leyenda: El caudillo de las manos rojas; el mismo que dos años antes, en 1856, le había conseguido un puesto de trabajo en la Dirección de Bienes Nacionales con un sueldo de 3.000 reales; el mismo que cuando José Luis Albareda fundó El Contemporáneo logró que Bécquer entrase a formar parte de la redacción; el mismo que recibió una carta desde Soria de su amigo Gustavo en 1861; el mismo, en fin, que se hizo con todos los manuscritos del poeta al día siguiente de su muerte con intención de publicarlos… Pero mi gozo cayó en un pozo cuando pregunté por el precio de esos dos tomos. ¡Nada menos que 1.500 euros! Los devolví a su estantería y regresé hacia casa con una cierta melancolía. Es evidente que no podría pagar ese dineral ni aunque me ofreciesen El libro de los gorriones de puño y letra de su autor. Hay caprichos que no me puedo permitir. Como cantaba Machín, no se pueden tener dos amores a la vez sin estar loco.

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