“Sábete, gran Belcebú, — que este Santo venerado —
que en Oña está sepultado — era de Calatayú" (sic), sugería un demonio
al príncipe en una representación escénica del siglo XVI. El jesuita Valeriano Ordóñez relata en un elogio
del santo que “en una arqueta de plata y piedras preciosas se conservan en la
iglesia de Oña las reliquias de San Iñigo, el Patrono medieval de los
cautivos, que enrejaron de exvotos su altar; el Patrono de Calatayud y de Oña.
Su popularidad taumatúrgica le siguió durante los siglos de la Reconquista y del
esplendor de España, cuando todas las familias nobles imponían a alguno de sus
hijos el nombre del abad de Oña. Iñigo
de Loyola se llamaba el fundador de la Compañía de Jesús y un autor de fines del siglo
XVI llama al abad de Oña San Ignacio de
Calatayud”. Parece ser que el 1 de junio coincide con la muerte de ese santo
benedictino en 1058 y tradicionalmente Calatayud reparte entre los bilbilitanos
tras la asistencia de fieles a una ofrenda religiosa por el rito mozárabe los “panes benditos”, que es costumbre
secular. El 30 de mayo de 2014 se abrió el sarcófago de San Iñigo por última
vez para extraer una reliquia y poder ser enviada al navarro monasterio de
Leyre, al disponerse de una autorización del arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, fechada en 2008.
La razón de aquel envío estuvo relacionado con un documento que acredita que,
cuando San Iñigo viajaba desde el monasterio de San Juan de la Peña a Oña, se detuvo en el
monasterio de Leyre (Navarra) donde firmó un documento por primera vez como “Eneko, abad de Oña”. No había
extracciones de reliquias del santo desde 1597, cuando algunos huesos fueron
trasladados a Calatayud. Hubo otra apertura
de su sarcófago en 1865, para tener la certeza de que la invasión francesa no
había destruido los restos conservados en su interior. En aquella ocasión los
restos del santo fueron recogidos en un saco blanco y depositado en una arqueta
de madera dentro del relicario de plata. Iñigo fue canonizado en 1163 en el sínodo de Tours, por deseo del papa Alejandro III. Todo apunta (si hacemos
caso a “Vidas de los santos”, de Alban Butler) a que “alrededor del año
1010, Sancho, conde de Castilla,
fundó una casa de religiosas en Oña (Burgos) y la dejó al cuidado de su hija Tigrida. Se trataba de un monasterio
mixto. Poco tiempo después de su fundación, la observancia de las reglas se
relajaron. El rey Sancho III el Mayor,
muy preocupado por aquel lamentable estado de cosas decidió poner fin a las
desviaciones en la reformada Orden de
Cluny. En San Juan de la Peña,
primer monasterio que adoptó la regla
reformada, hizo aquel rey un reclutamiento de monjes para reemplazar a todas
las religiosas de Oña, alrededor del año 1029. Para dirigirlos, nombró a un
discípulo de San Odilio, de nombre García, que murió sin haber comenzado a
realizar la difícil tarea encomendada. Entonces se recurrió a Iñigo, que demostró tener capacidad
para llevar a cabo la disciplina necesaria”. San Iñigo llegó a ser confesor de Sancho III. Los restos del santo, salvo las reliquias dispersas, se
conservan en un camarín de finales del siglo XVI, donde en su retablo barroco
existen frescos de Francisco Bayeu,
cuñado de Goya.
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