sábado, 4 de junio de 2016

El Emérito, en Las Ventas





Carlos Herrera, en su columna de ABC, “El lugar del Rey”, no dice más que gansadas, algo ya habitual en su programa de radio en la Conferencia Episcopal. Señala en esa columna, en referencia al ciudadano Borbón que “ha pasado a la aparente holganza de la ‘auctoritas’, lo cual no significa que haya abdicado de sus pasiones: está presente en aquellos lugares en los que su hijo y heredero no tiene lugar de acudir. Sin ir más lejos, hace un par de días, Juan Carlos acudió a la tradicional corrida de Beneficencia en la Plaza de Las Ventas ocupando el Palco Real, no una localidad de tendido: la totalidad de la plaza madrileña arropó al Rey Emérito con una ovación -coincidente con el Himno Nacional- absolutamente abrumadora. Esa, indudablemente, es una de las misiones de la Alta Institución: estar en los lugares en los que la ciudadanía quiere ver al Rey”. Con un poco de paciencia, Herrera puede ser capaz de de que hagamos “entendible” ese raro “cóctel” de dos reyes distintos y un solo rey verdadero, con poder de la ubicuidad y todas esas zarandajas incomprensibles para cualquier cristiano de fe sujeta con alfileres; que uno, que carece de la fe necesaria para concebir raros entendimientos teológicos, ya bastante tiene con soportar las patochadas del ministro del Interior en funciones sobre el trabajo fijo y las salidas de tono del gobernador del Banco de España, un tal Linde, que aconseja qué hay que hacer con esos trabajadores, sin “olfatear”, por ejemplo, lo que se cuece en el Banco de Santander desde la filtración de la lista Falciani; que, como bien señala Daniel Viaña hoy en El Mundo, “contenía los nombres de 130.000 potenciales evasores fiscales con cuentas no declaradas en la sucursal que HSBC tiene en Ginebra, entre los que estaba el entonces presidente de Banco Santander, Emilio Botín, y que ha acabado motivando la investigación que ayer llevó a cabo en esta misma entidad la Guardia Civil”. Por cierto, el “domeñado” diario El País pasa de puntillas por ese escabroso asunto. Pues bien, a lo que iba. Herrera termina su artículo de esta guisa: “No sabemos de las gestiones que el Emérito realiza en la sombra, que alguna habrá, pero sí sabemos de su presencia en actos que realzan la presencia elemental de la Institución. Cuando se produjo el tránsito de uno a otro, escenificado en tres o cuatro días de vacío, los hijos del alboroto agitaron sus cacerolas en la espera de algún eco: no tuvieron nada que hacer. Llegó Felipe y ocupó el lugar de Juan Carlos. Hoy, curiosamente, Juan Carlos ocupa algunos lugares de Felipe”. Esperemos que sólo sea en las corridas de toros. ¿Quiénes son para Herrera los ‘hijos del alboroto’? Supongo que se referirá el locutor y articulista a esa media España, entre la que yo me encuentro, que desea que se termine de una vez con esa anacrónica forma de Estado. Digo más, si el actual jefe del Estado permite que su padre ocupe algunos lugares en su nombre, salvo el señalado en los toros, más vale que nos pille el último tren de Gun Hill.

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