martes, 5 de julio de 2016

Por silentes trochas






Hoy, cuando la nave Juno llega al planeta Júpiter
 tras cinco años de silente trocha, evoco el día en el que Doctrino Machichaco Nebot se bajó del convoy en el apeadero de aquel poblacho, coincidiendo con el día que se celebraban las fiestas patronales. Y Doctrino fue testigo directo, sin pretenderlo, de lo que le sucedió a don Pionono Alentisque, de aspecto ceporro y de habitual buen conformar, cuando al comienzo de la procesión en la que se tenía por costumbre bailar al santo le cayó en el colodrillo todo el cerote de una vela izada sobre una pértiga, que se quebrantó al tropezar en la rama de un plátano de sombra. Le faltó la atención necesaria a un sacristán resabiado, más atento a las piernas de la mujer del factor de noche de la Renfe que a ejercer su cometido. Atilano Pimentel, practicante titular, se vio en la obligación de procurarle a don Pionono asistencia y aplicarle en las excoriaciones unturas de yodoformo con un retal de badana. Don Pionono, que residía en Manlleu, apuntaba maneras de aguafiestas. Doctrino Machichaco Nebot, que no tenía nada que ver con aquel pueblo ni con aquella festividad, se limitó a observar, que es como más se aprende. Parece ser que las gotas de cera seca fueron más peliagudas de quitar de entre los pelos y que don Pionono gritaba como si tuviese una bocina entre las tripas. Doctrino Machichaco Nebot, después de haber pernoctado en la única fonda existente en el pueblo, siguió camino, no sabría decirles a qué lugar, en un camión de sifones y oranginas cuyo chófer, un hombre magro en carnes y con un parche en la frente, no tuvo inconveniente en transportarle. Y Doctrino Machichaco Nebot, al que le faltó valor o le sobró desdén, nada preguntó y se limitó a escuchar al chófer todo lo que éste le refería. Doctrino Machichaco Nebot suponía que el santo, una vez terminadas las fiestas patronales, retornaría a su hornacina del altar de la iglesia parroquial a la espera de ser sacado de paseo al año siguiente, y así año tras año, sin envejecer y con la misma cara de aplicado niño de coro, siempre por las mismas fechas y por idénticas trochas, entre alacranes y lagartijas de rabo cortado, también entre mujeres con escapulario morado dando escolta a un relicario que contenía oculto en su interior lo que todos los vecinos juzgaban que era el dedo meñique de una mano, entre cristales no se distinguía bien, aunque más parecía un pedazo de tasajo, o su falo momificado, negro y correoso. Atilano Pimentel requirió en cierta ocasión del cura ecónomo que le cediese por unos días la reliquia, para que un amigo suyo con laboratorio en Madrid pudiese hacer averiguaciones y aportar datos mediante el carbono 14, pero el cura se negó en redondo arguyendo que ello constituía pecado mortal, que las reliquias se movían por la fe. También la transustanciación. La fe era una potencia del alma, por mucho que el miembro que contuviese el relicario sólo apuntase a una potencia hidráulica del cuerpo, en unos más magnánima que en otros, dicho sea de paso y sin ánimo de molestar. El chófer, antes de apear a Doctrino Machichaco Nebot en una gasolinera próxima a una fábrica de azúcar aún tuvo tiempo de desvelarle a éste la genuina fórmula del Bloody Mary, que tomado con las debidas precauciones evitaba las cuatro enfermedades habituales de los adultos; es decir, pasmos, sustos, debilidades y ardores.  

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