jueves, 11 de agosto de 2016

Cruasán




Es increible la cantidad de estupideces que se escriben en las pizarrillas de las cafeterías para poner la palabra cruasán. Eso es como cuando a un tipo le dictas y se inventa haches intercaladas, equis, dobles ces, etcétera. Una vez, ante mi duda, le pregunté a mi profesor cómo se escribía la palabra “discreción”. Éste, el profesor, que lo mismo servía para impartir Geografía, Dibujo,  Formación del Espíritu Nacional o hacer una grúa con un mecano, se rascó el colodrillo y me contestó muy serio: “Mire usted (porque a los once años ya me trataban de usted), si hacemos referencia la mesura o a  la cautela deberemos ponerlo con una “ce”, pero si nos referimos al transporte por autobús será necesario ponerlo con doble “ce”. Y se quedó tan ancho. Pues bien, a lo que iba, luego resulta que el cruasán que nos ofrece el camarero en ese establecimiento no es ni parecido al auténtico ni tiene las características para serlo; o sea, los cuernos de media luna y la carencia absoluta de las suficientes capas de masa de hojaldre que ha de crujir al trocearla con un cuchillo. Lo que nos proporcionan para el desayuno son masas raras a las que se les han añadido una especie de “barniz” en la parte superior para que no dé la impresión de que sea del día anterior.  El auténtico croissant se creó en Viena en el siglo XVII  después de la derrota turca. El rey de Polonia y Lituania Juan III Sobiesky encargó a los panaderos unos hojaldres en forma de media luna para conmemorar la victoria al imperio Otomano que, al frente del visir Kara Mustafá, avanzaba hacia Viena en su guerra contra el Imperio Romano Germánico después de haber invadido Constantinopla, los Balcanes y parte de Hungría. Pero a los vieneses les salvó la fuerte muralla que circundaba la ciudad. Los otomanos, en vista de las dificultades que presentaban esos muros,  pretendieron excavar túneles para penetrar en la ciudad sin éxito alguno y, además, se vieron obligados a tener que salir huyendo con sus banderas, que lucía en el centro una media luna. Todavía hoy la bandera turca tiene en su centro una media luna con sus cuernos mirando a la derecha, seguida de una estrella de cinco puntas, ambas de color blanco, sobre fondo carmesí. Si bien el cruasán es de invención austriaca,  se debe a  María Antonieta la entrada de ese singular producto en la corte de Versalles. Posteriormente sería aceptado de buen grado en la cocina francesa. A ese tipo de productos, logrados por los buenos cocineros que “cambiaban de amo” con frecuencia se le denominó en Francia “viennoiserie”. Los entendidos en repostería cuentan que los ingredientes de todo cruasán que se precie son simples: mantequilla, harina, agua fría, azúcar y un poco de sal. El secreto de la masa consiste en respetar el tiempo de amasado, reposo y enfriamiento. De hecho, los cruasanes que nos suelen ofrecer de ordinario las cafeterías y bares son otra cosa distinta, por no respetar los tres principios señalados y ser lanzados al mercado “de forma industrial”, incluso sustituyendo la mantequilla por aceite de palma, rica en grasas saturadas, por desgracia omnipresente en nuestra vida cotidiana. Croissant se llamó en principio lune croissant. Y croissant significa “cuarto creciente lunar”. En realidad es una traducción de la palabra alemana hornchen, compuesta a partir de horn (cuerno). En España se castellanizó por la RAE y se adoptó la palabra “cruasán”, que es tal y como se pronuncia en francés. Semejante a lo que pasó con la palabra “fútbol”, para entendernos. Los encargados de las cafeterías, por tanto, deberían de dejarse de hacer florituras con el lenguaje y escribir en las pizarrillas su nombre castellanizado. Así: “cruasán”, sin la “o” después de la “ere”, en su sonido suave, como vara, liebre, flor, sin doble “ese” y sin “te” final. Los españoles no inventamos el cruasán pero luchamos contra los turcos en Lepanto y en aquella batalla quedó mutilado Miguel de Cervantes, que no sabía hacer cruasanes ni buñuelos ni volovanes ni bartolillos ni churros ni mojicones ni lenguas de gato ni melindres, etcétera, pero manejaba el lenguaje de forma superior. A ver si nos vamos enterando.

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