viernes, 16 de diciembre de 2016

Por soleares





Manuel Bohórquez, en El Correo de Andalucía, lanza un hondo quejío: No ha llegado un solo crisma a casa, el árbol de Navidad se muere de nostalgia en el garaje y hasta ahora no ha venido el clásico pollo de engorde disfrazado de pavo que solía mandar algún amigo. Ni el frío apunta maneras, como si le diera miedo llegar”. Bueno, los tiempos cambian, ya no se ven por las calles aquellos tipos con una bufanda al cuello y que con una vara guiaba unos pavos por las calles de las ciudades, ya no se estila que el cartero nos llame a la puerta con una postal deseándonos felices navidades, ya hemos olvidado aquellas viejas viñetas de los tebeos donde un rey mago intentaba bajar por una chimenea hasta el salón de una vivienda, o resbalaba en una cáscara de plátano. Los pavos cuestan una fortuna; el cartero es un funcionario desconocido que sólo llama desde la calle por el portero automático para que le abramos la puerta de entrada; y, lo que es peor, ya no tenemos padres vivos para que nos pongan juguetes. Los crismas ya no se llevan, al precio que están los sellos de Correos; los aguinaldos, con el turrón, el mazapán, la botella de anís del Mono y la sidra El Gaitero son cosa de otro tiempo; siempre existe un pariente político que jode la paz en la cena de Nochebuena; y nosotros ya no somos los mismos. Necesitamos tomar la pastilla de la tensión, comer poco para evitar el ardor de estómago y no se nos permite tomar, aunque sólo por una noche, una copita de Cointreau con hielo. De nada sirve lanzar quejíos hondos al modo de Manolo Caracol o de Manuel Torre. No estamos tampoco en 1909, el año que nació Caracol y triunfó Torre en Madrid, en el Café del Gato. Tampoco existe la Venta de Vargas. Juan Vargas se murió de pena cuando murió su madre. Y Caracol le alivió el dolor con un cante por soleares, que era como un llanto: “Se lo pedí esta mañana/ al Señó del Baratillo/ que me quiera esta gitana”.

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