viernes, 2 de diciembre de 2016

Tiempo de nublados





Jorge M. Reverte dice en El País: “Mala España esta. ¿Cómo se puede preguntar todavía si alguien tiene derecho a enterrar bien a quien fue mal enterrado? Y lo pregunta casi siempre gente que va a la iglesia”. Se ha marchado noviembre y ya tenemos otro político histórico para recordar en tiempos de nublados, además de Franco y de Primo de Rivera, o sea, Fidel Castro, que se ha convertido en un fósil en forma de fosfatos. Y ahora lo llevan de aquí para allá, de La Habana a Santiago, como antaño hicieron con el cadáver del Ausente, desde Alicante hasta El Escorial, a pie, pasando por todos los pueblos, levantando brazos a la romana y cantando el Cara al Sol como si fuese la canción del verano en un otoño brumoso y esperpéntico. Cuatrocientas antorchas iluminaron el camino aquellos 9 días de noviembre del 39 entre callejuelas repletas de banderolas, crespones, estandartes, entre ruidos de tambores, arengas, misas y disciplinados homenajes: Aravaca, las Rozas, Galapagar… Por fin, en la Casita del Príncipe recibía el féretro el secretario general del Movimiento, Agustín Muñoz Grandes.Y el cadáver del Ausente era entregado al prior de los agustinos en el mismo lugar donde años antes había estudiado Manuel Azaña. Franco, con boina roja y camisa azul recibió el ataúd a la entrada del Monasterio. Y en marzo del 59 vuelta a empezar, con el traslado de los restos hasta Cuelgamuros. Castro era un difunto emérito. Y a sus funerales acudió un rey de España, también emérito. Como señala Juan José Millás en ese mismo diario, “la ventaja de disponer de un rey emérito es que te permite jerarquizar los entierros. El de Fidel, a todas luces, y desde el punto de vista de la diplomacia española, es de segunda. Y luego dicen que la muerte nos iguala a todos. Otra mentira”.

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