jueves, 19 de enero de 2017

Inventos y patentes





Todos sabemos que en invierno suele hacer frío y que en unos lugares hiela y nieva más que en otros, como en la canción de Adamo. Pero lo que no entiendo es que los telediarios dediquen media hora de su tiempo para darnos la noticia de lo que ya sabemos. Los cronistas, micrófono en mano, asoman de pueblo en pueblo preguntando a los lugareños sobre el frío que se deja notar. Unos cuentan que el frío es insoportable, y otros, los de más edad, están convencidos de que años atrás el frío era más intenso. Todo ese despliegue de medios me recuerda cada 22 de diciembre tras el sorteo de la lotería, cuando los reporteros se acercan a los ciudadanos para que cuenten cuánto dinero les ha tocado; mientras un corro de acompañantes, entre risotadas, menean botellas de cava barato, beben a morro su contenido y sueñan despiertos con lo que desean hacer con ese dinero. Los tiempos cambian. Recuerdo todavía cuando, de niño, hacía gimnasia en el patio del colegio con el abrigo puesto. Era una asignatura obligatoria en el Bachillerato del Plan del 57, como las matemáticas, la geografía, la religión o la formación del espíritu nacional. En aquel colegio, que era una mierda, la gimnasia y la formación del espíritu nacional eran dos asignaturas que daba el mismo profesor, un antiguo alférez provisional que nunca llegó a ser cadáver efectivo, pero que nos contaba pasajes heroicos de aquella epopeya, de la Guerra Civil quiero decir, con el supuesto ardor que habría puesto, pongamos por caso, el coronel Moscardó, cuando el comandante Cartón, jefe de las fuerzas republicanas en Toledo, le llamó por teléfono y él coronel contestó: “Al aparato”. Aquello de “al aparato” sonaba como muy patriótico. Vamos, que el Alcázar no se rendía. Y los educandos imaginábamos, mientras aquel profesor a la violeta platicaba con los ojos casi fuera de sus órbitas, a Alonso Guzmán el Bueno, la amenaza benimerí y el ofrecimiento del puñal. Guzmán el Bueno no pudo decir “al aparato” porque todavía no había teléfonos y faltaban muchos años para que naciera Antonio Meucci, que fue su inventor aunque Alexander Graham Bell lo patentase. Unos llevan la fama y otros cardan la lana. Hace unos meses, sentado en una silla de velador en la Plaza de Zocodover contemplaba el Alcázar y recordé al viejo profesor de gimnasia y formación del espíritu nacional. Tenía un bigote como un rastrillo y una insignia en la solapa de su americana muy patriótica. Me consta que no inventó aquella guerra pero estoy seguro que la patentó. No me cabe la menor duda.

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