lunes, 9 de enero de 2017

José Luis Barcelona





Ha muerto José Luis Barcelona, borjano de nación y presentador de múltiples programas desde las emisoras Miramar. Con José Luis Barcelona muere toda una época de la televisión, la de  Jesús Álvarez, David Cubedo, Matías Prat, Federico Gallo… La tele que se veía en los teleblubes de los pueblos cada atardecida, en esa hora mágica de Reina por un día, junto al extorero Mario Cabré. Los teleclubes sirvieron para que los españoles de los pueblos viesen en el telediario los milagros de un franquismo que se antojaba imperecedero y pluscuamperfecto. Franco había ganado una guerra por eliminación de lo que no se acomodaba a sus hechuras, y aquel  pretérito pluscuamperfecto expresaba una acción acabada y anterior con relación a otra pasada, o sea, el pasado perfecto. José Luis Barcelona llevaba de locutor en televisión desde 1959, el año del desarrollismo, cuando aparecieron los tecnócratas y aquel Plan de Estabilización que intentaba que España entrase en los mercados internacionales mediante la convertibilidad de la peseta, liberalizaciones de precios, etcétera. Aparecieron los polos de desarrollo, comenzó el éxodo del campo a las ciudades y brotaron los asentamientos humanos irregulares conformando barrios enteros a base de construir pisitos de protección oficial, que era una forma suave de fabricar chabolas en vertical, en lugares donde no había infrastructuras, colegios o ambulatorios. El “milagro” consistía en bajos salarios, pago de horas extras sin figurar en nómina, importación de tecnología e inversión de capitales extranjeros. Y comenzó la vorágine de la compra a plazos, la motorización y el baby boom. Eran los tiempos de López Bravo, López de Letona y López Rodó, todos ellos miembros supernumerarios del Opus Dei. Y cada día que pasaba, como en el cuento de Augusto Monterroso, el dinosaurio seguía allí, en El Pardo, y agarrado al brazo de santa Teresa como una niña a su peluche. Se ha muerto José Luis Barcelona, y bien que lo siento, como un día se murió Elena Francis, la señora que nunca existió. Se ha muerto silente, como mueren las ilusiones, que es como hay que morirse.

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