domingo, 19 de febrero de 2017

Como un mondongo de matacía





El cura sin nombre, el cronista tampoco supo nunca su nombre, tanteó el modo de aflojar la mariposa del eje de la rueda, una vez que hubo calzado el podio del santo con horcachas de madera en el hoyo del badén de la torrentera, con la estimada asistencia de Pedro Cedrés, que además de sobrestante de la Renfe tenía tienda de comestibles, se daba maña para esgrimir los desmontables y separar el hollejo de la cubierta por uno de los costados hasta desembuchar la cámara, extraerla de la llanta como si se tratase de un mondongo de matacía y marcar con un potente gargajo el orificio por donde se espantaba el aire,  para más tarde adherirle un parche a modo de cataplasma, volverla a  acoplar en su lugar e inflarla con el refuerzo de un bombín y de un racor. Áurea Castrejón Brindis, caliente, sensual e inteligente, examinaba la maniobra desde el balcones de su casa, por el que siempre asomaba la gaita por ver desfilar las procesiones, o las charangas. Áurea Castrejón Brindis llevaba a Dios en su corazón y se lo exteriorizaba a Miguelito Laredo, alias Camagüey. Miguelito asentía fehacientemente con el soporte del talento.  Áurea le saciaba el rijo y le aportaba algo de dinero por cuidarle las gallinas, los patos, los pollos capones, por regarle el huerto y podarle los árboles frutales cuando era necesario, que todos los años era necesario por las mismas fechas. Áurea Castrejón Brindis conservaba un botafumeiro del tamaño de un picaporte que siempre estaba muy limpio por el frote de bicarbonato con un paño de algodón. Áurea Castrejón Brindis sostenía que el sidol devoraba mucho la plata y los doradillos en general, siendo consciente de que, a una mala, siempre resultaba preferible el uso de ceniza de cigarrillo humedecida, como ya había probado con acierto para desprender el venenoso cardenillo. Pedro Cedrés visitaba por aquellos días la casa de Áurea  Castrejón Brindis para fijarse en aquel raro adminículo y plasmar borradores in situ del pequeño botafumeiro sobre cartulinas que tomaba de su tienda de provisiones, Comestibles y frutas Casa Cedrés, fresh fruit, canned food,  y que aprovechaba por uno de los lados, por donde no había anuncios de caldo Maggi, de Torrefacto Columba, o de quitapenas, como el anís de La Asturiana, donde añadía la cantinela:
                                   Cuando yo estaba en La Habana,
                                    a mi España no olvidé,
                                    porque conmigo llevé
                                   siempre anís de La Asturiana”.

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