domingo, 26 de febrero de 2017

Perico Durango, alias Belfast








Las pudorosas mujeres, conscientes de que el recato era el colorido de la virtud, se ajustaron las peinetas con delicadeza como si les esperase una calesa para llevarlas a los toros. Áurea Castrejón Brindis alargó el pescuezo desde el balcón por ver en qué quedaba aquel sindiós. Los hombres proseguían humeando ideales apoyados en la encalada tapia. Miguelito Laredo, alias Camagüey, daba los últimos arrimos a un calderillo de sangría hecho a base de vino tinto peleón, canela, azúcar y tropezones de cáscara de limón. Los hombres aguantaron ansiosos a que Miguelito Laredo, alias Camagüey, recibiese órdenes de Áurea Castrejón Brindis para que se diese de trincar al sediento, que era importante acto de cariño al prójimo. Todos miraban hacia el balcón corrido, silentes, con pundonor y buena disciplina, conscientes de que en la muchedumbre de opiniones se achataba el juicio. --Aceite, padre, a las ruedas habría que echarle un poco de aceite--, sentenció Pedro Cedrés al cura cuyo nombre desconoce el cronista, para que la procesión pudiera proseguir su curso acostumbrado. El cura sin nombre ordenó el envío de dos monaguillos de jornada, o de racionamiento, o de retén, hasta la casa de Áurea Castrejón Brindis, la más cercana al barranco, para que la doña les hiciese la merced de prestarles la aceitera de su máquina de coser Singer. Los monaguillos de jornada, o de racionamiento, o de retén,  revestidos de sotana roja y roquete blanco, echaron a correr hacia la tapia encalada. De un cerro cercano salió con furia la onda expansiva de una bomba real lanzada hacia una nube amenazante por Higinio Gavilán, que trataba de evitar que pudiera formarse el pedrisco que devora las cosechas. Tanto los cofrades que permanecían en la hoya acompañando el soporte con el santo, como los hombres sentados junto a la tapia, o Áurea Castrejón Brindis apoyada en la barandilla del balcón, sufrieron una especie de parálisis. Los lugareños decían paralís, que es una forma de paralización en seco de la motricidad del léxico que, aunque no la contempla el Diccionario de la RAE, al entender del cronista enriquece el vocabulario popular, que es de lo que se trata a la hora de entendernos. Todos quedaron aturdidos por la deflagración, que a escape retumbó seca sobre el barranco. Era un ruido diferente al que hacían los niños con los petardos y los mixtos. Higinio Gavilán era uno de esos tipos que se las sabía todas, capaz de poner lazos a los conejos, fabricar horchata de chufa, hacer esencias para perfumerías y producir licores. El anís le salía a las mil maravillas. Extraía el fruto seco del anís verde y lo dejaba macerando durante todo un día en cantidad suficiente de agua, que mantenía tibia en un aparato refrescador, para evitar que pudiera obstruirse el serpentín. Ya refinado, se lo vendía a doña Elvira para el Café Suspiros de España. Otra parte de su producción iba a casa de Áurea Castrejón Brindis, que adquiría una garrafa tras otra para obsequiar a sus invitados. El cura sin nombre se relamía con aquel ojén. También Pedro Cedrés. A los monaguillos de jornada se lo rebajaban con agua hasta conseguir una blanca palomita sevillana. Higinio Gavilán era habilidoso en todo lo que se proponía. Auxiliaba a Pedro Cedrés en la obra faraónica del botafumeiro, todavía en boceto, que por aquellos días llevaba camino de durar más tiempo que las obras de El Escorial. Las chapas necesarias para su fabricación las obtenían recortando y aplanando bidones de gas-oil que le facilitaba Belfast; o sea, Perico Durango, el hippy de la gasolinera, refractario a los valores del american way of life  y que hacía el amor y no la guerra en la trasera de su taller con la primera turista que se dejase. Allí guardaba el compresor, las cubiertas de repuesto y las latas de aceite. Belfast, o Perico Durango, que por ambos modos se le conocía en el pueblo, llevaba tatuada una flor en el culo, escuchaba el “Rock around the clock”, de Bill Haley, el “Me and Bobby Mc Gee”, de Janis Joplin, y se sacaba cuarenta duros por bidón vacío. Higinio Gavilán sabía que el famoso biscúter estaba fabricado con la chapa de dos envases de doscientos litros. El cronista entiende que Higinio Gavilán tomó esas referencias para el futuro botafumeiro a la hora de considerar las debidas proporciones. --Yo digo: tú recuperaste el cetro de tu herencia, el monte de Sión, lugar de tu morada, y tú me respondes: obí, obá, etcétera, con buena entonación, ajustándote al cuerpo el chaleco de moaré, el corbatín al cuello, manteniendo el peinado a raya y sin que se te subleve la misericordia.

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