lunes, 13 de febrero de 2017

Santos sin peana





La fiesta de san Valentín fue una manera de contrarrestar por parte del cristianismo en el siglo V la fiesta de la licencia sexual en honor de la diosa Juno Februata, dentro de las llamadas Lupercales de la Antigua Roma. Sustituir el nombre de jovencitas (extraídos de una caja por  jóvenes para que éstos quedasen unidos sexualmente a ellas) por el de santos se me antoja como algo que carece de rigor. Esas cuestiones pueden entenderse de forma clara con la lectura de Eros romano: sexo y moral en la Antigua Roma, de Jean-Noël Robert. Otro autor, Jon Juaristi entiende, en su libro El bosque originario, que  “las Lupercales podrían incluir ritos orgiásticos como la prostitución propiciatoria de las pastoras”. Fue el papa Gelasio I el que contrarrestó esa costumbre pagana. Pero con la reforma del Martirologio romano oficial (con el motu propio “Paschalis Mysterii” de Paulo VI) se eliminó  la fiesta de san Valentín en el calendario mediante un decreto de la Santa Congregación de Ritos de fecha 21 de marzo de 1969 que entró en vigor con fecha 1 de enero de 1970, donde también fueron eliminados san Crispín, san Cristóbal, santa Bárbara, santa Úrsula, santa Filomena; y así, hasta treinta santos, al considerar esa Congregación “que su fama no era universal”. Con ese criterio, sólo ciento cuarenta y tres santos, sin contar a san José y a los apóstoles, figuran en total en el nuevo calendario litúrgico.

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