domingo, 9 de abril de 2017

Democracia frailuna





Todos los años, con motivo de la Semana Santa, hay en España una rara “eclosión de emociones” y un fervorín histérico que linda en la paranoia. Y tal fervorín aumenta a medida que viajamos hacia el sur. La semilla cofrade sigue creciendo, las saetas lacrimosas se escenifican desde balcones alquilados, las sillas de tijera ocupan las aceras de los recorridos procesionales, las cornetas y los tambores retumban en la anochecida morada y los ciudadanos se convierten en actores secundarios de la Pasión. Escribió Nietzsche que “al Cristianismo se le llama religión de la compasión. La compasión es antitética de los afectos tonificantes, que elevan la energía del sentimiento vital: produce un efecto depresivo. Uno pierde fuerza cuando compadece”. En Andalucía todo es bulla vocinglera, en Castilla, sin embargo, todo es sobriedad y silencio. Son dos maneras diferentes  de entender el mismo misterio, también  la misma superstición. Las tradiciones piadosas han llegado a nuestros días falsificadas y adulteradas. Para Gracían, como recordaba Julio Caro Baroja en un ensayo, “el vulgo es crédulo o bárbaro, o necio, libertino, novelero, insolente, locuaz, sucio, vocinglero, mentiroso, vil y depositario de una gran cantidad de errores”. Aquí hemos pasado del nacional-catolicismo fascista a una democracia frailuna donde el Concordato del 79, firmado por Marcelino Oreja y el cardenal Villot, se impone en gran parte de los colegios subvencionados a base de rezos y adoctrinamiento, y donde se proyecta una máxima generalizada: si quieres extraescolares, apúntate a comedor. Es el nuevo “milagro de los panes y de las preces”. Para hacer caja, claro.

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