martes, 25 de abril de 2017

Desasosiegos de conciencia




Uno, con los años, pasa por alto las manías ajenas y ensaya tentar cada zanja antes de brincarla. Antepone auxiliar a bien morir a buscar el bulto cada noche asistido de fanal de carburo y disparar con balines de plomo al tordo, al mirlo y al gorrión hasta diezmar las copas de las acacias, de las moreras y de los plátanos de sombra. Y a la noche siguiente vuelta a empezar. Sería más sencillo y menos cruento, admito, que al malnacido le diese por disfrazarse de botarga como hace el cagalaolla, hasta que los vecinos, hartos de la malsana extravagancia lo facturasen a gastos pagados hasta el fondo del abrevadero más cercano, o se ocultara bajo el tapujo del Cipotegato para recibir tomatazos, como adies­tran en las fiestas de Tarazona de Aragón, o que éste copiase al tío Babú, o a Baranda­les, que sólo amilanan, porque para hacer el bestia sobra con las salvajadas de los rústicos mozos de Manganeses de la Polvorosa, en la parte de Zamora, quienes para solaz lanzaban al vacío una cabra viva desde la linterna del campanario de la iglesia, que también son codicias de dar por el saco y de zaherir a la inteligencia. Quiero suponer que no proyectaban hasta el pavimento que tanto desbasta a la suegra del amigo, o a la recatada sobrina mancillada por un pretendiente de Trespaderne por temor a estar obligados a asumir desasosiegos de conciencia, que de ambiciones vive Dios que no carece. En Castilla la Vieja y en tierras leonesas,(ese inhóspito páramo donde se miró el ombligo toda la Generación del 98 y donde, como decía Unamuno, “hay gente que subraya tanto lo que expone que podría decirse de ella que habla siempre en bastardilla”) como los lacayos ya no hacen la guerra contra el moro ni contra doña Urraca, ni los francmasones levantan catedrales góticas ni fortificaciones para que siglos más tarde terminen siendo paradores nacionales de dudoso gusto, resulta que la morralla se cansa de expulsar micciones por la ventana y de portar pendones morados y lábaros en forma de cruces procesionales, pero aún continúan viviendo más del fasto que de la eficacia; y, claro, pasa lo que pasa, que la paga con el rumiante, al  que no dan  tiempo siquiera a que pueda tirar al monte, que es su inclinación natural. En esta España cañí sólo se sintió un mínimo respeto a la mula de tiro y a la vaca lechera por razones obvias. La parvedad también es poderosa. Se atribuye a  Voltaire que “el secreto para aburrir consiste en contarlo todo”. En esta libretilla de tapas de hule negras y papel cuadriculado sería convenientes que tratase de llevar una mínima disciplina, que pajes, jamelgos y lacayos son de este mundo, porque de estos andurriales somos todos, incluidos los tagarotes, esos hidalgos pobres que, como señaló Covarrubias, “se pegan donde pueden comer o sacar partido”, que de aquí  saldremos a buenas o a malas, como descifró Quevedo en “El Buscón”, es decir, “en palafrén pardo, a la brida y con un músico de culpas delante”. Absolutamente todos, los cristianos viejos, los conversos, los inicuos, los judíos que mataron a Dios, los crasos y los sopones que viven del embeleco y de la trapaza y, también, aquellos que reverdecen a costa de la caridad y de la adhesión del prójimo.  Estos días se están llenando las cárceles de políticos y mangantes. Pero no por mucho tiempo. Sólo el necesario como para que reciban clases de los que ya están dentro. El tiempo necesario para hacer un máster y aprender cómo robar más notándose menos. Aguirre dice sentirse engañada, no sé si como Cabiria Ceccarelli en la película de Fellini, con la entrada en prisión del Jeque Blanco. Y hoy le toca el turno a Jordi Pujol Ferrusola, el hereu, el primogénito del que fuese presidente de la Generalidad. Faltan muchos por entrar en la trena. A alguno de ellos, juzgado y condenado, se le pudo ver durante la Semana Santa en misas, oficios y procesiones en Retuerta de Bullaque invitados por Pedro de Borbón Dos Sicilias. Y los del pueblo le pedían permiso para poder hacerse selfies. Es cierto que algunos sopones reverdecen a costa de la adhesión del prójimo. ¡Qué le vamos a hacer!

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