sábado, 15 de julio de 2017

Un cartucho detonante




Jesús Mota, en un editorial de El País, hace referencia al turismo invasivo que está “sufriendo” España e irritando a los españoles, independientemente de que ese turismo deje importantes ingresos al Estado. “Autoridades y propagandistas -señala Mota- han descuidado mencionar que la adoración al turismo contribuye a perpetuar España como una sociedad de camareros, proveedores de servicios y albañiles. También durante décadas se ha minimizado, por no decir ocultado, que la identificación del país con un gran bazar turístico, lleno de hoteles, bares, chiringuitos y paellas de dudoso color, tiene costes”. (...) “Los turistas contribuyen a colapsar el tráfico, obstruyen las infraestructuras, generan vandalismo en según qué zonas del país (Magaluf, por ejemplo), ensucian las calles o las playas, promueven alborotos de madrugada o ruidos insoportables, se comportan frecuentemente con la urbanidad de un simio, encarecen los precios de los productos y de los servicios allí donde se aposentan, deterioran los precios urbanísticos y degradan la calidad inmobiliaria”. Si ese es el futuro de España, cerremos los institutos de Secundaria (en algunas Comunidades ya se “regalan” títulos a los educandos suspendidos), las Universidades y las pocas fábricas que van quedando y pongamos a todos los españoles a hacer cursillos acelerados de guardeses de fincas, para que puedan prestar servicios, también vasallaje, a  los europeos con más posibles; o sea, a esos tipos rubios y acangrejados por el mismo sol sobre el que los españoles pagamos un impuesto eléctrico, ¡hay que joderse!, que vienen a nuestro país dos veces al año: en verano, para disfrutar de playa y de una gastronomía superior a la de sus países y a unos precios que para ellos resultan asequibles; y en invierno, para operarse de lo que sea, conocedores de antemano de que esas intervenciones les salen gratis. Para algo ha tenido que servir en la praxis aquel Tratado de Adhesión que España firmó el 12 de junio de 1985. Hoy podemos “presumir”, y bien que lo lamento, de que nuestro país se haya convertido en la puerta de entrada del todo narcotráfico que llega a Europa; de una “Europa sin fronteras” (con la suscripción en 1991 del Acuerdo de Schengen) que nos ha traído a toda la chusma de los países del Este; una firma del Tratado de Maastricht en1992 por el que perdimos soberanía; etcétera. Hubo otros tratados: el de Ámsterdam (1997), de Niza (2001), un fallido Tratado  Constitucional (2004), y de Lisboa (2009). Todo ello, ¿para qué? Para que determinados políticos de segunda fila pudiesen ocupar escaños muy bien retribuidos en las diferentes instituciones europeas y unos pocos de ellos (Marcelino Oreja, Pedro Solbes, Loyola de Palacio, Abel Matutes, Manuel Marín, Joaquín Almunia  Miguel Arias Cañete...) diversas carteras como comisarios europeos. Pero la realidad española es otra: hay muchos niños que sólo pueden hacer una comida diaria, salarios de limosna, una tendencia alarmante por parte del Gobierno de privatizar hospitales públicos, el mantenimiento de unos acuerdos Iglesia-Estado (1979) a todas luces fuera de lugar, una televisión pública vergonzosamente manejada a gusto de los gobernantes como en los peores tiempos del franquismo, unas subidas de pensiones del 0’25 por ciento anuales con la que sólo se puede comprar, a lo sumo, un pares de calcetines por mes, etcétera. Arruinar a gran parte de la ciudadanía a costa de un Estado no parece que sea la medida más ejemplar sino un cartucho detonante. Y encima nos viene Montoro, ese diletante provocador de que “hay que dejar zanahorias para el final de la legislatura” en lo referente a bajadas de impuestos. Como señalaba Julián Ballestero (La Gaceta de Salamanca, 21/06/17): “Una cosa es la práctica, habitual en democracia, de engañar al sufrido contribuyente bajándole los impuestos cuando tiene que votar y subiéndoselos al día siguiente de formar gobierno, y otra cosa es reconocer en público esa malévola estrategia de la zanahoria, que tanto cabrea a los ciudadanos. En ese sentido, el titular de Hacienda nunca defrauda (ya sería grave si lo hiciera). Lo mismo te anuncia una subida de impuestos mientras se parte de la risa que te ilustra, con sus oportunos símiles de hortaliza, la estrategia gubernamental de aflojar el cinturón justo antes de llegar a las urnas para que les voten, y acto seguido arrear con el palo a los ahorros del ciudadano en cuanto el partido se aúpa al poder”. No es esto, no es esto.

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