viernes, 7 de julio de 2017

Veraneo en Aragón





Menos mal que la guerra de banderas no ha llegado a nuestro litoral. Las banderas hay que respetarlas, sobre todo si se encuentran en las playas. Ya saben, si son rojas, no meter ni el pie; si son amarillas, bañarse con precaución, nunca de la mano de la suegra; y si son verdes, bañarse es seguro siempre que no te atice en la cabeza un imbécil con un patín. Si es azul, es señal de que se cumplen determinadas garantías ambientales, que lo dudo. Yo hace tiempo que no voy a la playa. He descubierto que no trae cuenta. Si acaso visto lugares pintorescos de Aragón, para llevar cámara, hacer fotos paisajísticas y regresar a Zaragoza en el día, como recomiendan Joaquín Carbonell y Roberto Miranda en su libro “Aragón a la brasa”. Por ejemplo,  Sallent de Gállego, pueblo de Fermín Arrudi, al que no pudieron hacer alcalde porque no cabía en el balcón para tirar el cohete durante las fiestas de la Virgen de las Nieves; Teruel, donde suena el colibrí y el ruiseñor. Pueden pedirse catálogos turísticos, pero están en valenciano Otra fauna no hay, salvo el torico; Morés, donde lo primero que pasó por allí fue el Jalón, después el tren, más tarde no pasó nada; etcétera. Como dice el baturro: “de lo que tenemos no nos falta de nada”. Donde no iré será al Belchite en ruinas por si me cae encima un artesonado, ni a comer a Casa Gervasio, en Alquézar, no vaya a ser que me tope con Gervasio Mata, se aburra y me cuente al detalle cómo se comía a los quince años medio conejo para almorzar. Uf, qué calor.

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