martes, 10 de octubre de 2017

Sopa de ganso





Lo acontecido esta tarde en Barcelona me recuerda “Toreo de salón”. Cuenta Cela: “Decir, ¡pasa toro! a una silla que se queda quieta es mucho menos normal que decírselo a un toro que, a lo mejor, pasa tan deprisa que no da tiempo ni a terminar de decírselo. Componer la figura sin toro es más meritorio que mantener el tipo, aun con el ombligo encogido, cuando el toro empuja”. Lo cierto es que Puigdemont ha quedado hoy ante sus socios de la Candidatura d'Unitat Popular, y también ante los separatistas que le escuchaban por plasma en la calle, como Cagancho en Almagro. A Puigdemont le ha entrado la cagalera viendo que las empresas del Ibex se marchaban de Cataluña, ha dado dos pasadas con su capote de brega sobre el micrófono de oradores en el Parlament y ha terminado su toreo de salón lanzando una revolera a los diputados, o sea, anunciando a los presentes en sus escaños que declaraba la independencia de Cataluña, al tiempo que pedía a la presidencia del Parlament, Carme Forcadell, que esa independencia por él proclamada la dejase en suspenso, que antes  deseaba dialogar con Mariano Rajoy de no sabemos qué. Ha sido como un mete y saca al más puro estilo de Antonio Chenel Albadalejo, conocido en el mundo taurino como Antoñete, cuando era consciente de que el estoque había penetrado fuera del hoyo de las agujas (que en argot taurino también se denomina como los rubios, la cruz y la yema) del morlaco de  Jandilla. Ya hay chistes en internet para todos los gustos, pero no seré yo el que haga leña del árbol caído. La rara aventura de Puigdemont en su pretensión de proclamar la República de Cataluña con la aquiescencia del tripartito que lo sustenta me recuerda la disparatada travesía política de Rufus T. Firefly al frente de Silvania y la guerra con el vecino Freedonia en la película Sopa de ganso. Aquí no pasa nada. Ya pueden desatarse las colgaduras con la bandera española fabricadas en China de los balcones de nuestras ciudades. Puigdemont ya no genera inquietud.  Nadie está obligado a hacer más de lo que sabe. El esperpento, que yo sepa, fue cosa de Valle-Inclán, “de  negra guedeja y luenga barba”, al que le dejó manco del brazo izquierdo Manuel Bueno en el Café de la Montaña el día que le arreó un bastonazo. Con el impacto, el gemelo de su camisa se clavó en su piel, ocasionando una profunda herida que acabó infectada y con el brazo engangrenado. Puigdemont, que más que un esperpento parece que hubiese bebido absenta, esa bebida rodeada de misticismo, era consciente de que la comedia nace de la más profunda de las tragedias. Lo de esta tarde ha sido un gag patético en un vano ejercicio de toreo de salón, que, como decía John Kyats (también lo recuerda Cela en su libro) “es como cascársela con goma higiénica”.

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