martes, 17 de octubre de 2017

Tragedia shakesperiana






Yo entendía que las novelas epistolares en España eran cosa de otros tiempos. Y estoy pensando en “Pepita Jiménez”, de Juan Valera, y en otras más recientes, como “Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso”, de Miguel Delibes, o “Nubosidad variable”, de Carmen Martín Gaite. Pero me equivocaba. Aunque todavía no constituye una novela por entregas al uso, las cartas entre Mariano Rajoy y Carles Puigdemont llevan camino de convertirse en una obra literaria digna de merecer tesis doctorales. Ambos, Rajoy y Puigdemont  se mueven entre el “sí” y el “no”, como si deshojasen la margarita en un prado de ababoles. Rajoy exige a Puigdemont que éste le haga ciertas aclaraciones y le da un breve plazo de días para contestarle y poder cambiar su actual angustia por un  plácido sosiego. Y encima de sus cabezas aparece no la espada de Damocles, sino el Deus ex machina del 155, esa cifra que ya se está haciendo esotérica. Puigdemont, atentamente contesta en tiempo y forma a las exigencias de Rajoy. Pero esa contestación de Puigdemont, en este caso de pretender dialogar, no convence a Rajoy, que entiende que no da respuesta a su pregunta. Y Rajoy le da otro plazo a Puigdemont, ahora hasta el próximo jueves, para que se defina con un “sí” o un “no” que le saque de dudas. Llegados a este punto, parece como si los ciudadanos de Carpetovetonia estuviésemos en la sala de butacas de un teatro viendo una representación shakespeariana de Hamlet, o la eterna duda. Yo estaba convencido, al menos hasta ahora, de que “ser o no ser” era la duda metafísica más repetida en la cultura occidental. Ya sólo falta que el próximo jueves nos deje Puigdemont boquiabiertos a los espectadores de este espectáculo lleno de bucles, donde la tragedia se trastoca en género ínfimo y le conteste Puigdemont a Rajoy algo que nadie espera: “Mi reino por un caballo” (de Ricardo III). Pero uno y otro, Rajoy y Puigdemont, deben entender de una puñetera vez que este país no es Dinamarca. En las tragedias de Shakespeare muere hasta el apuntador, es decir, Hamlet, Claudio, el Rey, Gertrudis, la Reina, Laertes, Polonio, Ofelia, Rosencrantz, Guildenstern... Pero por estos pagos carpetovetónicos donde sólo nos supera en número de asesinados en las cunetas Camboya, sólo podemos, si acaso, morirnos de un hartazón de risa.

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