jueves, 30 de noviembre de 2017

Pueblos silentes



En España existen muchos pueblos casi vacíos. Hoy leo en El Mundo el caso de un médico de familia que ejerce en Aragón y está a punto de jubilarse, José Luis Remartínez, y sus patéticas declaraciones: “Sólo hacemos recetas y certificados de defunción.  Salíamos de la Facultad con lo justico, como cuando te dan el carné de conducir. Yo lo único que me llevé fue el maletín, el fonendoscopio y el aparato de la tensión. Rezaba el Padrenuestro todos los días...”. Ese diario señala sobre ese médico que “en su consultorio en Báguena, comarca del Jiloca, hay una bata blanca que sólo se pone para quitar tapones de los oídos, el póster de un esqueleto y la carta de agradecimiento que le escribieron unos niños en Navidad. Nada permite deducir que está de retirada, pese a que su jubilación tiene fecha: 26 de enero”. Y el doctor Remartínez asegura, medio en serio, medio en broma, que “lo primero que haré es ir al cementerio a pedir perdón”. No sé, se me antoja como un cuento triste de Chéjov. Los pequeños pueblos, cada vez más envejecidos, pierden maestros, sacerdotes, médicos, las oficinas de Farmacia y hasta cuarteles de la Guardia Civil. Son lugares donde ya no nacen niños y sólo se animan en verano, con la llegada de parientes desde otros lugares  con motivo de las fiestas patronales y que aprovechan para arramplar con lo que pillan. Pero a sus habitantes parece como si se les estuviese dejando vivir a su suerte. Lo malo llega con los largos inviernos, con pocas horas de luz y mucho tiempo para darle a la cabeza. Menos mal que disponen de aparatos de televisión y pueden ver en casa o en el café alguna película y el telediario que cuenta lo que sucede en el mundo. Tampoco les satisface. Escuchan que el PIB modera su crecimiento, que se estancan las exportaciones, que sube el recibo de la luz por culpa de la sequía, que se detecta un nuevo caso de vaca loca en Salamanca, que Pyongyang sigue lanzando cohetes... Y viendo noticias, telenovelas y un bombardeo de anuncios que no cesa, se quedan amodorrados y silentes al calor de la catalítica.

martes, 28 de noviembre de 2017

Crespillos aragoneses





Comenta la prensa aragonesa que  la sequía dispara el precio del cardo y de la uva de cara a las compras de Navidad. Ya me temía yo que la sequía sería la culpable del aumento en el recibo de la luz, de los productos cárnicos y de los productos del campo. Menos mal que del aumento del precio de los peces no se dice nada, al menos todavía. Pero todo se andará. Ya verán lo que cuestan el besugo, las ostras y los carabineros, por poner sólo tres ejemplos, dentro de quince días. Menos mal que no tengo costumbre de comer uvas con las doce campanadas ni siento placer alguno comiendo cardo. Lo de tomar las doce uvas me parece una ordinariez. Según Gabriel Medina Vílchez (“Origen de tomar las doce uvas en España”. República de Motril, núm.20, 27/12/2009), “la tradición de comer las uvas tiene el precedente de un bando del alcalde de MadridJosé Abascal  Carredano, de diciembre de 1882, por el que se imponía una cuota de 1 duro a todos los que quisieran salir a recibir a los Reyes Magos. Esta tradición servía para ridiculizar a algunos forasteros que llegaban esos días y a quienes se les hacía creer que había que ir a buscar a los Reyes Magos la madrugada del 5 de enero; se utilizaba, además, para beber y hacer cuanto ruido se quisiera. Con este bando José Abascal privó a los madrileños de la posibilidad de disfrutar de un día de fiesta en donde se permitiese casi todo. Esto, junto a la costumbre de las familias acomodadas de tomar uvas y champán en la cena de Nochevieja, provocó que un grupo de madrileños decidieran ironizar la costumbre burguesa, acudiendo a la Puerta del Sol a tomar las uvas al son de las campanadas”. Respecto a comer cardo, reconozco que no me gusta, aunque reconozco sus poderes depurativos y que es costumbre aragonesa cenar en Nochebuena cardo con bechamel o nueces, bacalao ajoarriero, ternasco, sopada (pan, avellanas, azúcar, canela y cebolla), vino quemado con fruta, pasteles de calabaza, crespillos y guirlache. Los crespillos, por si alguien lo desconoce, son hojas de borraja rebozadas, que debieron “inventarse” en épocas de hambruna, cuando se aprovechaba todo. Son sencillos de hacer: para 4 personas: 40 hojas de borraja, 3 huevos, 125 gr. de harina, 75 ml. de leche, 50 ml. de anís, aceite de oliva, 2 cucharadas de azúcar y varias hojas de menta. Una vez batidos los huevos, se agregan la leche, la harina y el anís. Todo ello se bate hasta conseguir una masa homogénea exenta de grumos. Se pasan por esa masa las hojas de borraja y se pasan por la sartén. Una vez fritas y escurridas, se espolvorean con la mezcla resultante de la menta picada y el azúcar. Los crespillos aragoneses no deben confundirse con los crespillos de Cartagena, donde se aprovecha la masa de pan sobrante, a la que se le añade pimentón, aceite, vino y sal, y todo ello se hornea.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Que llueva, que llueva...





Según datos estadísticos, el 70% de los españoles se declaran católicos. Otra cosa es que muchos de ellos no sean practicantes. Lo cierto es que las fiestas patronales en los pueblos y las romerías a las ermitas de los cerros siguen celebrándose, que las ofrendas marianas son un hecho, que la Semana Santa mueve a miles de cofrades procesionando por las calles de ciudades y pueblos, y que los latinajos dichos en boca del sacerdote y las bendiciones hisopando agua bendita suenan todavía entre la feligresía como algo “raro” propio de un chamán. Lo que ya no sé es la razón por la que han dejado de procesionar al santo patrón pro pluvia en periodos de sequía. Parece que se estuviese desinflando el fervorín. En el Pirineo aragonés (en la foto), por ejemplo, existen los esconjuraderos  (pequeños templetes de piedra de los siglos XVI al XVIII situados cerca de las parroquias), que antaño eran destinados a practicar rituales para conjurar tormentas y otros peligros que amenazaban las cosechas. En Castilla, en cambio, se ponía el esparadrapo antes de que se produjera la herida, y formaba parte del Derecho consuetudinario que las campanas de los templos tocasen “a nublao” desde el 3 de mayo hasta el 14 de septiembre, periodo considerado como de mayor número de peligrosas tormentas. El que evitaba la tentación, quitaba el peligro. Además de ello, existían amuletos para disipar los malos presagios, como era la cruz de Caravaca, con culto de latría contra el mal de ojo, los maleficios, y que alimentaba la superstición de algo que para la gente de entonces se antojaba alucinante; y que hoy se conoce como el “espectro de Brocken”, que no es otra cosa que un fenómeno de refracción de los rayos solares que puede verse en cualquier ladera montañosa. El nombre proviene del pico alemán Brocken, situado en los montes Harz, donde son frecuentes las nieblas, descrito por primera vez por Johann Silberschlag en 1780. De la misma manera, la aureola de los santos expuestos al culto en los altares de todas las iglesias es la parecida aureola (círculos de Ulloa) que rodea la cabeza de los alpinistas, formada por anillos de luz que aparecen frente al sol cuando la luz solar se refleja por las una nube de gotas de agua. Otra historia curiosa es la de la Virgen de la Cueva. No se refiere a la virgen existente en la parroquia de  Ques (Asturias), cerca de Infiesto, sino a otra, a la existente en la Cueva del Latonero de la localidad castellonense de Altura. Sobre esa imagen se cuenta que en 1726 la región valenciana sufrió una sequía general que puso en peligro las cosechas. Se trasladó a la imagen de la Blanca Paloma y los labradores de pueblos de alrededor le rogaron, según indican las crónicas, diciendo: no plourà fins que no ixca la palometa. Parece ser que aquel 27 de febrero amaneció lloviendo y nevando y no pararía hasta una semana después, cuando se anegaron todas las huertas regadas por el Turia. De ahí la canción infantil popular: “Que llueva que llueva...”.

sábado, 25 de noviembre de 2017

La cocina de Felipe IV





En su ensayo El conde-duque de Olivares, Gregorio Marañón hace una perfecta descripción biográfica del Valido de Felipe IV, Gaspar de Guzmán y Pimentel. Pero, además de ello, Marañón aprovecha para diseccionar a ese monarca de la Casa de Austria. Enrique Fraguas (Historia 16, año II, núm. 13, pp 125 a 127) hace referencia a los ayunos y hartazgos de ese rey de España. Cuenta  Fraguas que la mayor parte de los días del año, el rey comía solo en su cuarto, la reina, en el suyo y los infantes en cada uno de ellos. Por regla general, los hombres comían sentados en una silla ante la mesa; y las mujeres, incluida la reina, sentadas de cuclillas sobre cojines en el suelo y con la comida sobre una bandeja. Las veces que el rey comía en público se convertía la comida real en una auténtica batalla convencional palatina. Se ponía en movimiento: el mayordomo de semana; el ujier de sala; dos docenas de compradores al mando de un comprador en jefe; varios guardamanjares; un escudero de cocina; el cocinero mayor ( que cobraba 48.000 maravedíes al año y una paga extraordinaria por cada comida especial y en público que se celebrase en palacio. No pagaba ni casa, ni médico, ni botica, ni leña. Además de ello, recibía diariamente un pan de dos libras, un cuarto de carnero, la gallina que daba sabor a la sopa del rey, dos azumbres de vino y dos libras de manteca); el cocinero de servilleta, que recibía las vituallas ya guisadas y las distribuía en platos a otros ayudantes, los portaplatos, que los llevaban a la mesa; los cocineros de segunda; los galopines, que limpiaban la cocina y desplumaban a las aves; los pasteleros; los aguadores; los triperos, que limpiaban las reses; los especieros; los potajeros; los bujieros, cuya responsabilidad eran las ensaladas, harinas, cacerolas, leña, carbón y utensilios de limpieza; los porteros de cocina, que cerraban el paso a los intrusos; dos cerveceros; un sumiller de panadería, que cuidaba de la mantelería, de los cubiertos de plata y de entregar el trigo al panadero; un sumiller  de cava, que servía el vino al rey; un sausier, que servía los guisos y proporcionaba el vinagre; el frutier, que compraba, custodiaba y servía la fruta; un ujier de sala de vianda, que distribuía a los sirvientes; un valet servant, que cuidaba de los cubiertos y servía el pan; un trinchante, que presentaba los manjares al rey; un maestro de cámara, que pagaba los gastos de mercado y a la servidumbre; y un grefier, que era algo así como el jefe de personal. A todo ello, había que añadir las lavanderas de boca y las lavanderas del Estado, que lavaban las ropas del servicio real y los oficios de mesa; los tapiceros; y el furrier, que colocaba sobre la mesa un dosel y distribuía aparadores. El protocolo señalaba que fuesen escoltados por la guardia real en riguroso orden y disposición los servidores de mesa: unos con las copas, otros con las vinagreras, otros con los saleros, otros con los cubiertos, el pan, el vino, el agua, etcétera. De entre aquella procesión de sirvientes, había uno de ellos que su misión consistía en portar el palillo mondadientes para que el rey aliviase su dentadura. Enrique Fraguas termina escribiendo: “Todo dispuesto ya, salía el rey de su cámara acompañado por el mayordomo de semana con el bastón de mando y el ujier de sala, quién, con una varita de ébano rematada en una corona de oro, golpeaba en determinadas puertas, convocaba en alta voz: ‘¡A la vianda, caballeros!’... Se comprende que el rey prefiriese comer en privado, a solas, ya que si el rey quería algo tan simple como un sorbo de vino, tenía que hacer una seña al copero. El copero tomaba la copa que había sobre la mesa, la llevaba hasta el aparador, se la entregaba al sumiller de cava para que la llenase de vino, la tapaba con una servilleta, se la entregaba al médico del rey para que éste determinase si el vino estaba en buenas condiciones. Una vez dada su aprobación, se tapaba de nuevo la copa y se llevaba hasta el rey con escolta de maceros al mando del ujier de sala, que, rodilla en tierra se la daba al rey poniéndole una patena debajo de la copa mientras bebía. Después, el rey devolvía la copa, no al ujier sino al copero. Y no podía seguir comiendo hasta que el panetier, con una servilleta, le limpiaba los labios”.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Odiosas visitas




Hace tiempo que decidí poner en casa sillas con base de madera para que las visitas inesperadas se marchasen pronto. No hay cosa peor que tener que soportar una visita que ni esperas ni te agrada y con la que no sabes de qué hablar. De repente te cuentan cosas que ya ni recuerdas, o te describen la enfermedad de un pariente con la precisión del doctor Marañón. Escuchas sin prestar atención, como el que oye llover. No sé por qué razón, esas visitas inesperadas sólo saben hablar de enfermedades y de pisos. Han visitado todas las ofertas en urbanizaciones, se saben de memoria dónde están los cuartos de baño, los equipamientos de las cocinas, si son grandes o pequeñas... Y cuando terminan con los apartados de enfermedades propias o ajenas y de hablar de los últimos pisos visitados, aparece el tema de la política. No sé la razón, pero enseguida señalan lo exiguo de sus pensiones "por culpa del Gobierno". Ninguno reflexiona sobre lo poco que cotizaron durante su vida laboral. El colmo de mi desesperación aparece cuando comentan lo bien que ejercían sus respectivos cargos Esperanza Aguirre, en la Comunidad de Madrid, y Rita Barberá en la Alcaldía de Valencia. Llegados a ese punto, ya no sé si echarles sal en el café o salir de casa con la excusa de comprar tabaco y regresar con un ramillete de petardos. He llegado al convencimiento de que las sillas con base de dura madera no son disuasorias. Algunas visitas parece que tuviesen el culo de fakir. La próxima vez probaré con bombas fétidas, con el huevo perforado dentro de una caja de zapatos, o con el frasco con cabezas de cerillas y amoniaco, a fin de lograr sulfuro de amonio. Si aún así no se marchan, ¡mátame, camión! Las visitas inesperadas de personas con las que no tengo relación de amistad son como la entrada de avispas por la ventana y tan absurdas como la persecución a indigentes por parte del cobrador de frac.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Busilis y tuntún





Busilis en el lenguaje coloquial equivale al punto en el que estriba la dificultad de un asunto. Por eso, dar en el busilis equivale a decir dar en el quid. Procede del latín in diebus illis (“en aquellos días”, mal separado por un ignorante). Se nombra en la leyenda de Gustavo A. Bécquer Maese Pérez el organista en un momento dado: “Al año siguiente, la iglesia volvió a llenarse. El organista envidioso iba a sustituir al bueno de Maese Pérez. Tocaba ‘con una gravedad tan afectada como ridícula’ y el populacho irrumpió con sus zampoñas, gaitas, sonajas y panderos para tapar sus notas, pero enmudecieron al oír ‘cantos celestes como los que acarician los oídos en los momentos de éxtasis’. Las cien voces del órgano sonaban ‘con más pujanza, con más misteriosa poesía, con más fantástico color que lo habían expresado nunca’. Estaba claro que no había sido el organista malencarado. ‘Sospecho que aquí hay busilis’, comentó una vecina”. Aquella leyenda apareció por primera vez en la sección “Variedades” de El Contemporáneo el 27 y 29 de diciembre de 1861. El órgano de Santa Inés, por el que la Junta de Andalucía pide ahora una tremenda multa a las monjas clarisas por haberlo arreglado sin permiso, fue regalado por su padre a una monja de clausura en el siglo XVIII. Posiblemente, Bécquer visitase ese convento durante su estancia juvenil; y puede que, también, durante su vuelta relámpago a Sevilla, en los años 60 del siglo XIX, años después de la publicación de su famosa leyenda. Meses antes de esa publicación, Bécquer se había casado (19 de mayo) en la iglesia madrileña de San Sebastián y vivía con Casta Esteban en la calle del Baño, número 19.Allí vivieron 6 años, antes de separarse en Noviercas. En la leyenda Maese Pérez el organista se dice la palabra bulisis muchas veces, hasta en el párrafo final: “¡No os lo dije yo una y mil veces, mi señora doña Baltasara, no os lo dije yo!... ¡Aquí hay busilis! Oídlo; ¡qué!, ¿no estuvisteis anoche en la Misa del Gallo? Pero, en fin, ya sabréis lo que pasó. En toda Sevilla no se habla de otra cosa... El señor arzobispo está hecho y con razón una furia... Haber dejado de asistir a Santa Inés; no haber podido presenciar el portento... y ¿para qué?, para oír una cencerrada; porque personas que lo oyeron dicen que lo que hizo el dichoso organista de San Bartolomé en la catedral no fue otra cosa... —Si lo decía yo. Eso no puede haberlo tocado el bisojo, mentira... aquí hay busilis, y el busilis era, en efecto, el alma de maese Pérez”. Queda claro que el busilis, en este caso, hacía referencia al alma del organista. Con la expresión busilis pasó algo parecido que con otra frase: Vultus ad vultum tuum (“mirándote cara a cara”).  Al pueblo llano,  oyendo al coro de monjes entonar esas extrañas palabras en la solemnidad de las celebraciones religiosas, le sonaron a “al buen tuntún”  referido a “sin cálculo, sin reflexión o sin conocimiento de un asunto concreto” y empezaron a utilizarlas en el lenguaje coloquial. Naturalmente, en ocasiones que no tienen relación alguna con aquélla para la que fueron escritas, o sea.

martes, 21 de noviembre de 2017

La náusea sartreana





Cuenta Burgos en ABC que el brasero bajo la mesa camilla era la calefacción central de los pobres. Lo que no señala, tampoco tiene por qué, es la cantidad de personas que murieron por culpa del tufo que producía la mala combustión del cisco. Hoy la calefacción de los pobres es la cantina de barrio, de la que han hecho su cuarto de estar. El cliente ya no es ese actor que pide, toma, paga y se marcha, sino uno más de la familia del cantinero. Se saben todo el uno del otro y el cliente no tiene ni que decir qué desea tomar. El cantinero ya lo intuye y se lo sirve con parsimonia y sin abrir la boca. Es lo que tiene la rutina, que se desarrolla de manera automática y sin necesidad de implicar el razonamiento. Con la rutina se ahorra tiempo y se minimizan los imprevistos. El cantinero es consciente de que ese cliente presa del hastío nunca escribirá en la hoja de reclamaciones, admite el tuteo y se conforma con el canal de televisión que manda señales que nadie ve. El cliente puede estarse horas mirando en la pantalla algo que no le interesa, da igual que sea anuncios de detergentes o coches que las costumbres del ornitorrinco, sentado en un taburete incómodo, trasegando un vinagrillo infame y horadando sus encías con un palillo buscando entre los dientes algún resto de oliva del platillo que le añadió el cantinero de propina con la primera consumición. Sólo sale al exterior a fumar un cigarro, pero no se aleja mucho de la puerta. Es como un centinela alerta y mira a los pocos parroquianos que entran y salen como el que ve llover. Observa el mundo absorto desde otro horizonte con la perspectiva de la oveja modorra, con  la creatividad colapsada del mundo sin sentido de Antoine Roquentin en La náusea sartreana.

sábado, 18 de noviembre de 2017

A propósito de la sequía





La desesperante sequía que sufre España es cíclica, como lo fueron las tremendas riadas antes de que los embalses realizados durante la Segunda República y el franquismo, hoy casi vacíos, domeñasen esos desastres naturales.  Hay constancia escrita, por ejemplo, de las riadas de 1845 y 1880 en la cuenca del río Jalón, afluente del Ebro a su paso por la localidad de Ateca (Francisco Martínez García. “Ateca, entre 1800 y 1975”. Cuadernos de Aragón, núm. 47. Institución “Fernando el Católico”. Diputación Provincial de Zaragoza). En su apartado “Las riadas del Jalón y del Manubles” (pág. 57) se cuenta lo siguiente: “La noche del 23 de septiembre de 1895 los dos ríos que atraviesan Ateca venían muy crecidos e inundaron las calles bajas de la villa. En la madrugada del día 24 un tren salió de Zaragoza con ayuda para la localidad, subiendo a él el gobernador civil y el obispo de Tarazona [Soldevila]. En Ateca les esperaba una comitiva compuesta por el diputado provincial, Ignacio Garchitorena, el alcalde Pascual Florén, su teniente de alcalde Luis Félez y el teniente de la Guardia Civil, Molina. Ateca quedó sin luz, el agua destruyó todo lo que encontraba a su paso y murieron muchos animales domésticos. Aquella noche se produjeron importantes daños en la fábrica de alcoholes de Ibáñez, en las producciones de Azpeitia y Hueso, en el café de la viuda de Montón y en la presa de san Blas. Como el día 24 siguió lloviendo, el obispo Soldevila ofició una misa en la parroquia de Santa María de Ateca y solicitó la intervención divina para detener una catástrofe que causó numerosas pérdidas materiales”. Curiosamente, el que llegase a ser cardenal y arzobispo de Zaragoza (al que el Ayuntamiento de Tudela le colocaría su retrato con gran solemnidad dos años más tarde, el 29 de junio de 1897, para testimoniar la gratitud de esa  población navarra por la campaña que éste realizó con motivo del proyecto de canalización del Ebro, en momentos en que se temía que Tudela quedase sin regadío)  fue asesinado en Zaragoza dentro de su coche, con matrícula Z-135, el 4 de junio de 1923, cuando se detuvo frente a la reja de la escuela-asilo de las hermanas de San Vicente de Paúl, en la calle Terminillo, esperando para entrar. Francisco Ascaso y Rafael Liberato descargaron sus armas. Dejaron malheridos al chófer y al presbítero Luis Sastre, muriendo en el acto el purpurado. Fue enterrado en la basílica del Pilar. Tres meses después se pronunciaba Miguel Primo de Rivera en Barcelona mediante un golpe de Estado, con la ayuda insensata de Alfonso XIII, la Iglesia Católica y buena parte de la burguesía catalana, que siempre supieron nadar y guardar la ropa.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Un banquete a lo grande (II)





Como decía en mi trabajo anterior, aquel banquete estuvo presidido por el presidente de la República, señor Loubet. Constaba de lo siguiente:

Hors d’oeuvre
Darnes de saumon glaces Parisiense
Filet de boeuf en Bellavue
Pains de canetons de Rouen
Poulardes de Bresse roties
Ballotines de faisans Saint-Hubert
Salade Potel
Glaces succes Coudé
Dessert

Vins.
Preignac et Saint-Julien en carrafes
Haut-Sauternes
Beaune Margaux J. Calvet 1887
Champagne Montebello
Café
Rhum Saint-James
Liqueurs

Si les digo la verdad, ignoro si existe algo parecido en los registros culinarios de que se tienen noticia.  Los materiales empleados fueron los siguientes: 2.400 kilos de filetes de carne; 2.430 faisanes; 2.000 kilos de salmón; 1.200 litros de mayonesa; 60.000 panecillos; 1.000 kilos de uvas y 10.000 melocotones. Además de todo ello, se hicieron 3.000 litros de café y se consumieron 50.000 botellas de vino. La nómina del personal necesario en las cocinas, entre camareros, pinches, fregadores de platos, etcétera, sumaron 4.866 operarios. Ignoro el número de ramos de flores y banderitas necesarias para engalanar las mesas. La Exposición Universal de 1900 estuvo en activo entre el 15 de abril y el 12 de noviembre. Contó con una superficie de 120 hectáreas, fue visitada por 50.860.801 personas, participaron 58 países y su coste final fue de 18.746.186 dólares. La Estación de Orsay (hoy Museo de Orsay), el Puente de Alejandro III, el Petit Palais, el Grand Palais (ambos construidos sobre el emplazamiento del Palacio de la Industria, fruto de una exposición precedente y universal de 1855) permanecen en la actualidad para orgullo de parisinos y admiración de visitantes. La Exposición  abarcó los Campos Elíseos, la Explanada de los Inválidos, el Trocadero, Champs de Mars, al pié de la Torre Eiffel, con más de 36 puertas de entrada La más importante ubicada en la Place  de la Concorde, sobresaliendo la figura alegórica de la “Ville de Paris”, obra de Moreau-Vauthier. Una estupenda manera de terminar el siglo XIX.
 

Un banquete a lo grande (I)





Se trata del banquete ofrecido por el Gobierno de Francia en 1900 a todos los alcaldes de la República. Pese a que todos ellos no pudieron asistir, los comensales pasaron de veintidós mil. El encargado de la organización fue Bouvard, que  necesitó dieciocho días para poner en marcha la comida en los jardines de las Tullerías, donde se instalaron las necesarias carpas por la casa E.Cauvin Yvose, tal y como lo describe Natalio Rivas en su “Séptima parte del Anecdotario Histórico Contemporáneo”. (Editora Nacional. Madrid, 1953, pp.169 a 171). Para que podamos hacernos una idea del tamaño de aquellas carpas, la mayor medía 521 metros de largo por 28’5 de ancho, y las cocinas medían 12.000 metros cuadrados, con una superficie total de 4 hectáreas.  Los detalles de cubertería, flores, sillas, etcétera, corrieron a cargo de la empresa Potel et Chabot. Aquel banquete estuvo presidido por el entonces séptimo presidente durante la Tercera República Francesa, Émile  Loubet, elegido en febrero de 1899, sustituyendo al anterior presidente, Félix Faure. Durante su mandato se produjo el famoso Caso Dreyfus. Como decía, también asistieron al ágape todos los miembros del Gobierno, los presidentes de los Cuerpos Legisladores y el comisario de la Exposición Universal de París. Como dato significativo, en aquella Exposición Universal, el catedrático de Física y sacerdote Eugenio Cuadrado Benéitez presentó su “excitador eléctrico universal” que fue bautizado con el nombre de “La Centella”, siendo galardonado con una Medalla de Oro. Aquel mecanismo permitía obtener Rayos Roentgen mediante energía electrostática. Manuel Manzanas, alistano de Trebazos, recordaba una curiosidad anecdótica: “Encontrándome en el bar Ñicos, en Trebazos, aparece don Ramón Rodríguez, párroco de Trabazos desde hace mas de cincuenta años y quien al comentarle el hallazgo, me refiere haberlo vivido en primera persona, ofreciéndose a enseñármelo cuando gustase, por existir un modelo en el museo del Seminario de Zamora. Me contó, que en una ocasión la habían desarmado para cambiarla de lugar y que luego habían tenido dificultades para volver a montarla y que consistía en un ‘disco metálico, con unos pinchos’, que se accionaba con una manivela, que lo hacía girar. Al girar, los ‘pinchos’ se frotaban sobre unas ‘escobillas’, de las que salían dos cables, uno positivo y otro negativo, que conducían la electricidad, que así se obtenía hasta unas botellas, que actuaban como baterías acumuladoras. Los seminaristas utilizaban ‘La Centella’, para darse, duchas eléctricas. Mojaban la superficie sobre la que colocaban los pies y a las que se conectaba uno de los cables y sobre la cabeza había un dispositivo, como la alcachofa de una ducha, con unos pinchos, al que iba conectado el otro cable. Al accionar la manivela se producía la electricidad, que en última instancia llegaba a la ducha, y que atravesaba al duchando, entrando por la cabeza y produciendo una sensación de ‘culebrinas’, muy curiosa”. En aquella Exposición Universal, a la que se entraba por la Torre Eiffel, tuvo como comisario a Charles Adolph Alphande. En la mente de los franceses estaba una corrida de toros en el coso construido por Mariano Hernando de Larramendi, en el Campo de Marte. Se había inaugurado años antes, el 20 de junio de 1889, con motivo de la anterior Exposición, donde actuaron los maestros Antonio Carmona ''El Gordito'', Fernando Gómez ''El Gallo'' y Juan Ruiz ''Lagartija''. Estuvo presente en aquella recordada corrida la ya exreina de España, Isabel II. La plaza desapareción pocos meses más tarde. El Grand Prix de la Exposición de 1900 fue para la cervecera Heineken.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Anson, injusto con Suárez


Me parece injusto el artículo de Luis María Anson de hoy en El Mundo, cuando señala a los, según él, verdaderos artífices de la transición en España. Y me parece injusto por defecto. Dice Anson que lo fueronJuan Carlos I, que tenía la fuerza del Ejército; el cardenal Tarancón, que tenía la fuerza de la Iglesia; Marcelino Camacho, que tenía la fuerza obrera; Felipe González, que tenía la fuerza de los votos. Fernández-Miranda, Suárez, Gutiérrez Mellado, incluso Don Juan de Borbón, fueron comparsas en aquella construcción que parecía imposible”. A mi entender, Anson es injusto con la figura de Adolfo Suárez. Como señalaba  Bernardo Olabarría (ABC, 21/03/14), “su vida es una sucesión de hitos políticos, de relaciones con personalidades de todos los ámbitos. La vida de un hombre de Estado a ratos amargo, harto de encajar golpes, algunos con una saña desmedida. Gobernó cuatro años y siete meses, con cinco gabinetes distintos, diversas remodelaciones y un total de 58 ministros diferentes. Tuvo que afrontar dos intentos de golpe de Estado —en noviembre de 1978, la llamada ‘Operación Galaxia’, y el 23 de febrero de 1981, con el asalto al Congreso encabezado por el coronel Tejero—, en un momento en que la joven y aún débil democracia parecía tambalearse”. Además de todo ello, puso en marcha la maniobra más arriesgada: tuvo la valentía de legalizar el Partido Comunista de España después de haber estado más de 40 años proscrito. Aquel Sábado de Gloria, 9 de abril de 1977, España por fin se equiparaba a las democracias europeas. Por eso digo que Ansón no es justo con la memoria de Adolfo Suárez. Para mí no fue comparsa de la Transición sino el cigüeñal de aquel motor varias veces a punto de griparse. Y los españoles lo saben.

El becerro de los huevos de oro





Lo de la Iglesia (que dicen que “somos todos” pero está dominada por unos pocos) es de libro. Un ejemplo: la Colegiata de Santa María, de Calatayud. Necesitaba arreglos. Se hicieron. El Ministerio de Fomento, el Ayuntamiento de Calatayud y el Obispado de Tarazona firmaron en septiembre de 2016 un convenio para profundizar en su rehabilitación, con un  presupuesto del Estado y una aportación municipal. La idea era que se pudiese abrir al culto y a las visitas guiadas en 2019. En el documento en su día firmado por la Secretaría de Estado de Infraestructuras, el Estado se comprometía a invertir 2.181.450 millones de euros en varias fases, el Ayuntamiento de Calatayud ayudaría con otros 900.000 euros y el Obispado de Tarazona añadiría una aportación que desconozco. En su día, me refiero al año pasado, dijo el alcalde Aranda que esas reformas de la Colegiata iban a ser “un revulsivo para el turismo”. No sé. Revulsivo, como adjetivo, significa que produce un cambio importante, generalmente favorable. Pero la RAE también reconoce dos acepciones de ese término, relacionadas con la Medicina. Y como el alcalde Aranda es médico, será necesario tocar madera. Un fármaco revulsivo es el que induce la revulsión, es decir, una inflamación de las mucosas como mecanismo curativo; verbigracia: las sustancias purgantes y las que producen vómitos. Y en el lenguaje coloquial, se utiliza como aquello que está en condiciones de modificar algo. Pero revulsivo, también, puede referirse a algo que modifica las condiciones existentes. Y ahí voy. En efecto. Esas condiciones existentes ya se han modificado. De momento, la Iglesia Católica acaba de inscribir la Colegiata de Santa María como de su propiedad. Consta la inscribió en el Registro de la Propiedad de Calatayud en 2015. Se ha sabido dos años después, o sea, ahora, lo que parece un despropósito. Concretamente, fue el 26 de marzo de 2015 cuando el Obispado de Tarazona hizo esa solicitud en el Registro de la Propiedad de la Colegiata, incluida en la lista del Patrimonio mundial de la UNESCO. Se acreditó mediante un certificado que la Colegiata estaba dedicada al culto católico desde hacía más de ocho siglos. Finalmente quedó inscrita en el Registro con un ridículo valor catastral de 460.628’43 euros, con una certificación de superficie de parcela de 2.986 metros cuadrados, y unas dependencias construidas que añaden 6.502,7 metros cuadrados. Para facilitarle al Ayuntamiento la captación de fondos públicos con los que restaurar la Colegiata, el Obispado le había otorgado en diciembre de 2014 una cesión de uso cultural con ciertas condiciones. En resumidas cuentas: el Estado y el Municipio pagan los necesarios arreglos, la Iglesia Católica la inscribe posteriormente como propiedad suya; y ahora, ¿qué pasará? Pues, sencillamente, que unos espabilados funcionarios del Cielo, adoradores del becerro de los huevos de oro, que son más gordos que los del caballo de Espartero en el Espolón de Logroño, cobrarán la entrada al ciudadano que desee visitar la Colegiata de Calatayud, como viene sucediendo vergonzosamente en La Seo zaragozana y en todas las catedrales de España.

martes, 14 de noviembre de 2017

Para inventos, los del 'TBO'





Hoy, al abrir Google, me entero de la curiosa efeméride de que hace justo 131 años se inventó la perforadora de papel por un alemán, Friedrich Soennecken, que posteriormente ideó la carpeta de anillas. Un invento llevó al otro, no está mal. Pero en cuestiones de inventos, nosotros tuvimos al doctor Franz de Copenhague, que cada semana ideaba los más ingeniosos artefactos estrafalarios como, verbigracia, un limpiador de gafas para motoristas compuesto de cisterna, bomba hidráulica, campana y elefante asiático; el coche salta-vallas; el huevo con cáscara de cristal, etcétera. Un personaje del TBO que comenzó con Nit en la década de los 40, siguió con Tínez en los 50 y terminó con Benejam, Francesc Tur y Sabatés en los 60. Nit, era el seudónimo de Juan Macías, que ya había dibujado viñetas para Flechas y Pelayos y para Gente Menuda, entre otros encargos, algunos “galantes”, que era como se llamaba entonces a los dibujos eróticos. Era perito mecánico y antes de la Guerra Civil llegó a construir un simple automóvil con el que circulaba alegremente por Barcelona. El primer número de TBO (el de la imagen) salió a la calle el 11 de marzo de 1917 desde el taller de litografía de Arturo Suárez en Barcelona. Estaba impreso en tinta azul, tenía un formato de 17x 24 cm., ocho páginas y costaba cinco céntimos. El primer editorial advertía: “TBO no se propone cansar las jóvenes imaginaciones con arduos problemas ni serias doctrinas que, a veces, por una retorcida interpretación, llevan a la juventud por senderos perjudiciales... Un algo superficial, fácil, alegre y chistoso, sin traspasar los justos límites ni llegar a lo chabacano. En una palabra, el chico necesita un juguete literario. TBO es el juguete que hemos confeccionado”. Sobre el origen de la cabecera contaba Rosa Segura, antigua secretaria de la revista (que, además de la secretaría, llevó el “Correo del lector”, “De todo un poco” y algunos guiones de “La familia Ulises”), que “viendo en 1917 el éxito de la revista infantil 'En Patufet', Joaquín Arqués, administrador y guionista del impresor Arturo Suárez, le sugirió a este lanzar ellos una publicación para jóvenes que además les serviría para amortizar la maquinaria. Arqués era también libretista y autor de zarzuelas y propuso el nombre inspirándose en el de una revista lírica estrenada en 1909 llamada ‘T.B.O.’,de Eduardo Montesinos y Ángel Torres del Álamo, que trataba sobre la redacción de un nuevo diario imaginario con ese mismo nombre. Joaquin Buigas compró por 3.000 pesetas la cabecera a Suárez, su futuro yerno, que tras unos pocos números pensaba cerrarla. Buigas lo hacía y decidía todo y casi todos los guiones eran suyos, aunque no firmó ninguno”. Fue tan popular el TBO que, en 1968, la palabra ‘tebeo’ pasó al Diccionario de la RAE como acepción genérica referida a revistas infantiles y juveniles, equivalente a lo que hoy se conoce por comic. El TBO tuvo un encontronazo grave con la censura por una viñeta de 1951 del dibujante Manuel Díaz en la sección 'El ojo electrónico', de bromas y curiosidades, donde decía: “Blas Pérez ha descubierto un poderoso reconstituyente a base de chuletas, longaniza, jamón, pollo asado y langosta. ¡Qué eminencias tenemos!”. El problema era que el ministro de Gobernación también se llamaba Blas Pérez. Se le impuso una multa de 12.000 pesetas. La aventura de TBO terminó en 1983 aplastado por la competencia de Editorial Bruguera, pero esa es una larga historia.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Aclarado queda





Existe en Sevilla una polémica en torno la actuación de las monjas franciscanas clarisas de Santa Inés y la Junta de Andalucía con motivo de la restauración del órgano de su capilla. La Junta de Andalucía sostiene que las monjas han vulnerado la Ley 14/2007, de 26 de noviembre, del Patrimonio Histórico de Andalucía, en relación con las actuaciones llevadas a cabo en el órgano del coro bajo de la Iglesia del Convento y sostiene que la intervención en dicho bien está sometida al régimen de autorización previa por parte de la Administración competente en materia de patrimonio histórico ya que el órgano pertenece al convento de Santa Inés, fundado en 1374 por María Coronel y declarado Bien de Interés Cultural y Monumento Histórico-Artístico en 1983. En este sentido, El Correo de Andalucía nos pone en antecedentes: “El 11 de enero de este año la Fundación Alqvimia Musicae, que para entonces tenía poco más de un año de vida, pues el próximo mes de diciembre cumplirá su segundo aniversario, inició un proyecto para restaurar el órgano del convento de Santa Inés que inspiró a Gustavo Adolfo Bécquer su leyenda ‘Maese Pérez el organista’. Ante su grave deterioro, la priora de esta comunidad de monjas de clausura,  Rebeca Cervantes, autorizó al frente de los trabajos al músico Abraham Martínez, fundador de Alqvimia. El órgano de Santa Inés se desmontó y se desplazó el mismo 11 de enero al taller de restauración de Jorge Anillo en Alcalá del Río (Sevilla). Alqvimia anunció a los medios que se haría cargo del 75% del importe total de la intervención y que ésta quedaría a cargo de un equipo de especialistas bajo la dirección de Abraham Martínez, que había trabajado para la diócesis de Sevilla y la Catedral de Jerez así como en la restauración en 2011 del órgano de la parroquia de Alcalá del Río”. En consecuencia, la Junta de Andalucía ha iniciado los trámites de un expediente sancionador a las monjas responsables del Convento de Santa Inés, donde se estima una sanción de 20.000 euros por el traslado el órgano al taller de restauración de Jorge Anillo y de 150.000 por llevar a cabo la restauración integral del órgano y de todos sus elementos sonoros y mecánicos sin la autorización previa. La Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía, en su artículo 145.1 establece que “las personas propietarias, titulares de derechos o simples poseedoras de bienes inscritos en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, además de las obligaciones establecidas en otros preceptos, deberán, antes de efectuar cualquier cambio de ubicación de dichos bienes, notificarlo a la Consejería competente en materia de patrimonio histórico” (en este caso a la Delegación Territorial de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta). Sólo se exceptúa de esta obligación el cambio de ubicación dentro del mismo inmueble en el que esté el bien”. Del mismo modo, el artículo 45.1 establece que “los bienes muebles inscritos en el Catálogo General del Patrimonio Histórico como Bien de Interés Cultural no podrán ser sometidos a tratamiento alguno sin autorización expresa de la Consejería competente en materia de patrimonio histórico”. Aclarado queda.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Señoritos





Hoy me ha hecho gracia, que no está mal para arreglar el día de san Martín de Tours, Antonio Burgos con su artículo “La plaza de señorito” en la edición sevillana de ABC. Y sobre el conjunto de su exposición periodística, casi siempre sagaz, resalto dos cosas: una, el viejo dicho: “Señores de Sevilla, señoritos de Jerez y gente de Cádiz”. No sé qué serán los de Córdoba, tan sieso maníos para los sevillanos; y dos, lo que le decía Fermín Bohórquez Escribano: “¿Señoritos en El Lebrero?”. “¡Tós tiesos, Antonio, tós tiesos!”. Pues sí, la verdad. Aquí estamos todos más tiesos que la mojama. Mucho visón y poco jamón. Por estos pagos carpetovetónicos ya nos clarea la raspa y parece como si se nos saliese del cuello el corbatín. Somos como antiguos maestros de escuela, que sabían lo que eran la bisectriz y la hipotenusa pero desconocían el agradable olor de un contundente cocido madrileño. Ya sabemos todos de qué pie cojeamos. De nada sirve que salgamos a la puerta del bar con un gin- tonic en copa de balón, encanijada chaqueta de mil rayas, desmayado pañuelo en el bolsillo superior, mocasines sin calcetines y peinados con mucha gomina, dispuestos a encender un cigarrillo y hacer saludines. Ni que sea el sevillano barrio de Los Remedios ni que sea El Tubo, de Zaragoza. Ya digo, todos más tiesos que la mojama, como aquella mojama que ofrecía en Sevilla al detall un hombre magro frente al bar Iruña, en la calle San Eloy, a principios de los 70, cuando yo me buscaba la vida en el Sur. Todo tiende a la estratificación, también los recuerdos.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Escritores anestésicos




Decía Julio Camba que existen dos clases de libros: “unos que se leen y que, por regla general, no se conservan, y otros que, si se conservan, es precisamente porque nadie ha sido capaz de leerlos todavía”. Es lo que yo defino como libros anestésicos. Lo malo es cuando ese escritor que aburre a las ovejas decide escribir sus obras completas y un día, sin venir a cuento, aparece a media tarde por casa con el deseo de saludarme, que es una forma de ir por atún y ver al duque. Tomamos una copa, charlamos de lo primero que se nos ocurre y, en un momento dado, me informa de que me guarda  sus obras completas, que las tiene en el coche y que están a punto de agotarse en las librerías. Dice que me hará un precio especial de amigo. Entonces decido invitarle a otra copa por ver si se olvida de entregármelas. Pero no. Él escritor anestésico marcha un momento hasta el aparcamiento donde está su utilitario y saca un paquetón tremendo. Vuelvo a abrirle la puerta y me lo entrega como si fuese un recadero de Amazon. Me indica que, si lo deseo, puede dedicármelos pero que eso llevará un rato. Pero yo, al que me da igual su dedicatoria, estoy más pendiente de saber en qué repisa caben que en ver su autógrafo sobre cada uno de sus libros. Definitivamente, llego a la conclusión de que no tengo sitio disponible aún quitando los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós, la colección de Folia Humanística (edición Biohorm para los señores médicos) que esos laboratorios regalaron a mi padre, médico de profesión, durante algunos años y la Obra Completa, de Víctor Pradera (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1945) con conatos de discursos en las Cortes tomados del Diario de Sesiones de la Asamblea Nacional en 1929, que son un coñazo insufrible, eso sí, con prólogo de Franco. A Víctor Pradera y Larumbre, cofundador con Calvo Sotelo del Bloque Nacional, lo fusilaron en San Sebastián el 4 de septiembre de 1936 junto a su hijo Javier, los dos hermanos Balmaseda, el comandante Velasco, el ex ministro de la República Diego Jalón, Juan Lizárraga y Melchor Lacabe, Franco le concedió el Condado de Pradera el 18 de julio de 1949 a título póstumo. Al final, decido que su hato de libros los deje en el pasillo, cerca del paragüero. Estoy convencido de que existen escritores que escriben aún a sabiendas de que nadie les va a leer. Pero ellos insisten en que los leas. Son tipos raros que, también como decía Camba, “no consideran que la literatura sea el medio de decir las cosas, sino la manera de adornarlas una vez dichas. Primero se exponen los conceptos o se reflejan las sensaciones y, luego, se les espolvorea de literatura, así como una cocinera espolvorea de azúcar un plato de arroz con leche”.