viernes, 1 de diciembre de 2017

No tiene gracia



Se me antoja excesivo desear cortarle la papada al ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido Álvarez, con un cúter, “después de atarlo tumbado sobre una tabla de neurocirujano y estacarle la cabeza con tornillos y cordeles para que no se mueva ni un milímetro”, como ha descrito Jair Domínguez en el semanario Esguard. Por otro lado, me parece una cutrería utilizar un cúter existiendo el bisturí. En la cirugía estética suele utilizarse una determinada técnica para disimular las bandas de platisma que aparecen a cierta edad, pero la papada es otra cosa. Domínguez  explica que la cocinará y la servirá en un plato de porcelana blanca. “Disfrutaré –escribe- de aquel manjar como si fuera un guerrero korowai absorbiendo la fuerza del enemigo”. Recuerdo cuando en el TBO aparecían viñetas de unos africanos de color dando vueltas alrededor de una tinaja en la que había metido a un explorador para que se cociese lentamente, al estilo de cómo ejecutaba sus guisos un  franciscano de La Almunia de Doña Godina de nación y que pasó su vida en el convento de San Diego de Alcalá, de Zaragoza. Fray Raimundo Muñoz utilizó el seudónimo de Juan Altamiras para escribir su “Nuevo arte de cocina”. Supongo que  Jair Domínguez necesita la ayuda de un siquiatra. No debe tolerarse, ni en broma, que un ciudadano sobrepase los límites de su libertad de expresión, en este caso con su “Vull menjar-me la papada d’en Zoido”. Se puede ser nacionalista, se puede estar en contra de la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña y hasta se puede “aconsejar” una liposucción que mejore el aspecto físico de alguien que ejerce una función pública. Pero lo que no se debe tolerar en un Estado de Derecho es que cualquier sansirolé metido a escritor a la violeta use su libertad de expresión para reírse del prójimo, sea ministro, mecánico o barrendero. Cosa distinta es que se pueda criticar la forma de llevar a cabo el ejercicio de su ministerio.

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