martes, 2 de enero de 2018

Un secreto de Galdós




En su magnífico ensayo “Elogio y nostalgia de Toledo”, Gregorio Marañón cuenta al lector un secreto de Benito Pérez Galdós durante sus largas estancias en Toledo. Aquel ensayo fue escrito entre 1937 y 1943,  durante los años de su exilio en París, como aclara su hijo en una posterior introducción, en 1981. Señala Marañón respecto a Galdós que “en la fuente de los Doce Caños recogió un día una piedrecilla, pulida como un diamante, y quiso dejarla en la iglesia donde nadie la pudiera descubrir ni quitar. Para ello, con la complicidad del campanero, a la hora en que la nave estaba solitaria, introdujeron, con no poco esfuerzo, la pedrezuela en la boca de una de las bichas de bronce que sostienen el cuerpo del púlpito del Evangelio, en el crucero de la Catedral. Bastaba explorar con el dedo meñique las fauces del pequeño monstruo para tocar allá adentro el canto de Galdós”. Y ese secreto le fue confiado a Marañón cuando todavía era un niño. Recuerda Marañón que era tan pequeño entonces que tuvo que subirse a una silla para poder tocar el “secreto” celosamente guardado entre esas paredes milenarias. Pero Marañón también aclara en su ensayo que tal “profana reliquia”, aquel “secreto” compartido, ya no se encuentra en el sitio donde fue depositado. Marañón se culpa de ello, al reconocer que hizo que la tocasen demasiadas personas y terminó por desaparecer.

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