viernes, 12 de enero de 2018

Zabulón Maldonado




Zabulón fue hijo de Jacob, uno de los jefes de las doce tribus de Israel. Conocí hace ya bastantes años por la parte de Calatayud a un tal Zabulón Maldonado, más conocido como Cruschov, que tenía un bar de los de ir tirando, como los existentes en las carreteras secundarias, de esos que sirven cafés, carajillos, cervezas, banderillas de pepinillo y escabeche, huevos fritos con patatas y bocadillos de queso y panceta en pan de chapata. Zabulón Maldonado tenía muchas hijas, todas con unas pecheras descomunales. Una de ellas se había dado de niña un cabezazo contra una viga de hormigón y se le había olvidado la tabla de multiplicar. La tenían para hacer recados que no fuesen muy difíciles. También se servían en su bar platos calientes a los camioneros que entraban y salían de una fábrica de lejía existente pasadas las vías del ferrocarril y un paso a nivel sin barrera. Zabulón disponía en un rincón de su bar del juego de la rana, que siempre fue labor de puntería destreza y pulso. Un día, el cura párroco obligó a la única casa de comidas que existía en aquel pueblo, la de Cruschov, a poner un cartel que dijera “Hoy es día de cuaresma”, para recordar a los comensales todos los viernes siguientes al Miércoles de Ceniza y hasta pasada la Semana Santa que debían abstenerse de comer carne. Pero Cruschov, que habia sido soldado raso en la División Azul, aunque no estuvo nunca de acuerdo con esa orientación a sus clientes, obedeció a regañadientes y consintió que dos monaguillos colocasen el cartel en sitio visible. El cura ecónomo tenía mucho poder en aquel pueblo y cara de pocas bromas. No hacía mucho tiempo que habia mandado colocar otro aviso en su bar para que ningún vecino asistiese al cine bajo pena de pecado mortal. Proyectaban “Las noches de Cabiria” y la protagonista era una meretriz piadosa. Pero aquella tarde, su aviso tuvo el efecto contrario al deseado por el cura y se llenó la sala de proyección. El cura se vio obligado a tener que amonestar a los feligreses en una posterior homilía durante la misa del domingo, aclarando a los presentes en la parroquia que la advertencia de que no de debería ver esa película no era un capricho suyo, sino que le había llegado mediante un oficio del Obispado. Entre los feligreses se encontraba junto al presbiterio Procopio Galerón, practicante titular, que había visto la cinta  de Fellini y le había pareció encantadora Giulietta Masina. El  personaje de Cabiria le hizo soltar una lágrima gorda en su butaca de madera cuando un tipo sin escrúpulos se aprovechó de ella y le quitó sus ahorros. Zabulón no tuvo en cuenta la prohibición ni el recordatorio del cura y  no pudo ir al cine por tener que servir menús a su distinguida clientela. También se armó de valor y siguió ofreciendo los platos acostumbrados todos los días de la semana, incluso cuando los altares estaban tapados de morado por la Semana Santa. Zabulón Maldonado siempre daba por supuesto que los camioneros eran gente de buen conformar, que disponían de bula papal, que comían carne los viernes de Cuaresma sin mala intención, que no lanzaban cantos rodados con  tirachinas a los acompañantes en los entierros,  y que nunca se ponían a la sombra de la higuera ni del cabrahigo por evitar un paralís ni criaban resentimientos.

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