martes, 27 de febrero de 2018

Un cielo gris




En su columna de hoy en El Mundo, Raúl del Pozo equipara a Ada Colau con Pedro Crespo, alcalde del extremeño pueblo de Zalamea de la Serena, y aprovecha para señalar que “si echan a Rajoy, votaremos a otro;  y si se va el rey, volverá la monarquía, porque siempre vuelve”.  (…) “Ha nacido una nueva era, con los corceles amarillos del Apocalipsis, ante unos políticos cada vez más rústicos”. A la dinastía borbónica le sucede como a los aniversarios: cuando parece que marcha, vuelve. Es decir, lo primero parece que sea cierto. Pasó con Fernando VII y el conocido “¡vivan las cadenas!”; y también seis años más tarde de haber destronado a Isabel II con el Pronunciamiento de Sagunto.  Y, cómo no, pasó nuevamente a la muerte de Franco con la segunda restauración borbónica y el “atado y bien atado”. La herencia de Carlos II el Hechizado y la posterior Guerra de Sucesión pesa como una losa. Lo segundo, es más discutible.  Del Pozo cita al albaceteño Manuel Castell, quien afirma que “la democracia liberal ha terminado su recorrido histórico”. Anson, en su línea, acusa a ciertos políticos: “La torpeza de varios dirigentes constitucionalistas, incluidos algunos ministros, está trastocando las cosas y robusteciendo la idea de que a los líderes soberanistas se les persigue judicialmente por sus ideas y no porque presuntamente han conculcado la legalidad. ¡Qué error, qué inmenso error!”. Hace referencia a los 500 años de historia. Anson, al que tengo por persona consecuente, debería saber que el concepto de España como Nación, tal como hoy se conoce, parte de 1812 y de las Cortes de Cádiz, y  que la bandera actual, como símbolo unificador de nuevo Estado, procede de un Real Decreto del gobierno provisional de fecha 13 de octubre de 1843. Finalmente, David Trueba, en El País, entiende que “nuestros gobernantes utilizan los instantes de alta tensión, con el apoyo emocional de la población, para aprobar leyes difusas y oportunistas. Ya los tribunales europeos han dicho, con buen criterio, que las injurias a la Corona no deben recibir un castigo distinto de las injurias a cualquier vecino. Y el delito de ensalzamiento del terrorismo, que se dictó bajo la amenaza etarra, concede tal amplitud de matices que parece raro que no se haya utilizado para cerrar la fundación Francisco Franco o paralizar la emisión de la serie Narcos”. Ya lo escribió Bécquer: "Un cielo gris, / un horizonte eterno/ y andar... andar". Y por trochas desconocidas en busca de una tenue luz, desesperando.

lunes, 26 de febrero de 2018

Gajes del oficio


Ayer me equivoqué. Señalaba que Ada Colau y Roger Torrent no iban a asistir a la cena del MWC con el rey en el Palau de la Música de Barcelona.  Sí lo hicieron. No iban a acudir al besamanos. Perdonen el lapsus. “Yo estoy para defender la Constitución y el Estatut”, le dijo Felipe VI a Colau. Esa es una frase retórica, pura tautología, que sirve para un roto y para un descosido. Pues claro que el rey está para defender la Constitución, por la cuenta que le trae.  No se espera que diga otra cosa. Isabel San Sebastián, en el diario ABC, denomina a Ada Colau como “lideresa antidesahucios devenida en alcaldesa”; a Torrent  le conoce como “presidente de una Cámara en la que todos cobran por no hacer nada”; a Puigdemont, “el cobarde huido de la justicia”, etcétera. Ignacio Camacho, mucho más correcto que su inconsecuente compañera de columna, al referirse a los desprecios, entiende queel Rey ya está acostumbrado. Entre los pitos de la Copa, los desaires en Gerona y la manifestación de agosto, sabe desde hace tiempo que en Cataluña siempre le espera un mal rato”. (…) “Pero de cara al exterior ha aprendido a poner cara de palo, incluso a sonreír para que los del MWC no sientan la tentación –o se la aguanten, porque sentirla la sienten– de empaquetar sus bártulos”. Supongo que a Camacho, por asociación de ideas, le vino a la memoria lo ocurrido con la Agencia Europea del Medicamento.  Sonreír o poner cara de palo son gajes del oficio. Para todo se necesitan tablas.

domingo, 25 de febrero de 2018

Desplante institucional




Decir, como ha dicho el Ejecutivo, que “los desplantes institucionales, además de injustos y mezquinos, ponen en riesgo que Barcelona pueda seguir albergando en el futuro un evento global de tanta importancia”, refiriéndose al Mobile World Congress, se me antoja como una tremenda necedad. Y no estoy insultando a nadie. Necio es el que insiste en sus propios errores, demostrando con ello poca inteligencia. A mi entender, en momentos de gran tensión en Cataluña por el desafío independentista, la presencia del jefe del Estado no ayuda a mejorar los ánimos. El Mobile se hubiese celebrado tanto si acudía el rey a Barcelona como si no lo hubiese hecho. La presencia de Felipe VI, sin duda, simboliza el apoyo de la Corona a la pujanza de la economía catalana. Pero maticemos: el conjunto de los españoles que conformamos el Estado es una cosa y la Corona, otra. Hace pocas fechas el rey visitaba Zaragoza con motivo de la apertura de la Fima. ¿Acaso piensa alguien que se venderán más tractores por aquella real presencia?  ¿Por qué razón el rey no visita Ceuta y  Melilla? Esas dos ciudades autónomas también forman parte de España. Pero no lo hace, entiendo, por  no incomodar a Mohamed VI, el vecino molesto. Si la alcaldesa Ada Colau y el presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, han decidido no estar presentes en la cena de hoy domingo también es respetable, si se considera que todavía hay políticos en presidio y políticos alejados de este país sobre los que pende la espada de Damocles. Hoy, esos políticos en la diáspora no temen a los “mangas verdes” de la Santa Hermandad, disuelta en 1834, sino a las puñetas de las togas de la Audiencia Nacional. Pero esas no serán las únicas ausencias a la cena. Tampoco parece que asistirán el secretario de Telecomunicaciones de la Generalidad, Jordi Puigneró; el de Empresa y Conocimiento, Pau Villoria; y el de Empresa y Competitividad, Joan Aregio, así como el líder de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona, Alfred Bosch.  Al presidente  Puigdemont ya se le ve hasta en aquellos lugares donde no está presente. Algunos ciudadanos hasta creen que tiene el don divino de la ubicuidad. Su supuesta 'presencia' en Torrejón de Ardoz (Madrid) llevó hace unos días a seis números de la Policía Nacional a desplazarse al parque de Europa,  en el que teóricamente se encontraba tras ser alertada por un vecino. Se le había confundido con el cómico Joaquín Reyes. Esas cosas sólo suceden aquí, en la España de Frascuelo y de María. Personalmente, no soy catalán ni me considero separatista. Pero, con el debido respeto, entiendo que hay momentos y circunstancias en la vida de los pueblos en los que los símbolos quedan mejor en los expositores de las vitrinas.

sábado, 24 de febrero de 2018

Bohórquez siempre me sorprende




Manuel Bohórquez me sorprende hoy con su artículo “Un bautizo de gitanos” en El Correo de Andalucía. Yo no sé de dónde saca su sabiduría. En su artículo de hoy, digo, hace referencia a una creencia extendida: los gitanos de la Cava de Triana no dejaban entrar a los gachés (payos) en sus fiestas porque eran muy celosos de su intimidad y de sus costumbres. Pero hubo una excepción, la de Juan Rodríguez, alias El Gallego,  compadre de Antonio Ortega Heredia, alias El Fillo, tuerto y azabachado. Según Bohórquez, Juan Rodríguez era generoso y hospitalario. “Si sería así, -mantiene Bohórquez- que un día invitó al célebre periodista Modesto Lafuente Zammalloa, que estaba por Sevilla en abril de 1841, para que asistiera al bautizo de uno de los miembros de su numerosa prole. Y  Modesto y su lugarteniente Tirabeque atravesaron el puente de barcas (entonces no existía el Puente de Isabel II) y se plantaron Triana, donde vivía Antonio Ortega. Ocho años atrás había muerto Pedro Lacambra, el famoso contrabandista que tuvo su mesón y fonda en la calle Santo Domingo, hoy San Jacinto, que organizaba fiestas flamencas casi todas las semanas para vender carne y marisco. Modesto Lafuente no solo aceptó la invitación de El Gallego, sino que publicó un espléndido reportaje el 21 de abril de 1841 en El Constitucional, con el epígrafe “Un bautizo de gitanos”. (…) Según Bohórquez, gracias a ese reportaje,  Serafín Estébanez Calderón publicó meses más tarde su “Baile en Triana”, también en prensa, por rivalizar con Lafuente. Todo ello me ha dado pie para que recuerde la figura de Serafín Estébanez Calderón, nacido en Málaga en 1799 y que se dedicó, entre otras muchas cosas, a practicar la escritura de estilo costumbrista al modo que lo hiciesen Larra y Mesonero Romanos. Sus “Escenas andaluzas” (1847) dejan boquiabierto al más pintado. En uno de sus episodios, “Asamblea general” narra una juerga flamenca en Triana donde no podía faltar la gastronomía:

“A este costado se levantaba, como el balerío de las baterías de Matagorda, la pirámide de melones de Copero y sandías de Quijano; estas derramando púrpura, y almíbar destilando aquellos. Al otro, resplandecían en anchas canastas de caña y sauce altos montes de naranjas de los Remedios y Ranillas, o perfumaban el aire las limas acimbogas, cidras y limones, mientras que en azafates de juncos, diestramente pintados y aunados los colores, se dejaban ver la guinda y garrafales de la Serranía, los damascos y albarillos de Aracena, las cermeñas y perillas de olor y la damascena, la claudia, la zaragozí, la imperial y los cascabelillos de los jardines y vergeles del paraíso de Andalucía. Los confites, alegrías, roscos y polvorones de Morón se mostraban en un casillero muy pintado y adornado con papel de colores, brindando con cien géneros de frutas bañadas y garapiñadas, formando pareja con mucha especie de turrón de diversas castas y traza distinta, y con malcocha, mostachón, almendrados, melindres y merengues. La alcorza, el alajú y alfajor, entre pañizuelos blancos y en canastillos muy lindos, provocaban mucho el gusto por su golosa apariencia…”. (…)  “En este género era de contemplar también y muy de ver, grueso pertrecho de azúcar rosada que se ofrecía por todas partes bajo la varia forma y nomenclatura de hielos, panales, bolados y azucarillos, que hacían mejor todavía y recomendaban más el agua cristalina pura y delgadísima de Tomares que se refrescaba al oreo del aire en los búcaros y alcarrazas, o que se ofrecía en el lujoso aparato de dos o tres aguaduchos que, ya iluminados y resplandecientes…”.

El azúcar es nombre común de género masculino. Nunca entendí la razón por la que se le adjetivaba en femenino. Un ejemplo, aquel "azúcar blanquilla", como inexplicablemente comercializaban las azucareras españolas su producto terminado. El azúcar rosada, o azúcar rosado, según acepción del Diccionario de la RAE, edición de 1822,  “es la que cocida hasta el punto de caramelo se la añade un poco de zumo de limón y queda esponjada a manera de panal, y sirve para refrescar con agua”. En realidad  no es “punto de caramelo” sino que se emplea “punto de pluma o gran pluma” (uno de los estados del azúcar fundido) y debe su nombre al empleo de agua de rosas como aromatizante y no al color, que suele ser blanco o muy ligeramente tostado. Añadiendo colorante negro de humo se obtiene el “carbón dulce” típico de la víspera de la Epifanía. En forma de bastoncillo y bajo el nombre de “azucarillo” se tomaba en Madrid con agua y aguardiente de anís, como en la zarzuela en un acto “Agua, azucarillos y aguardiente”, con libreto de Miguel Ramos Carrión y música de Federico Chueca, estrenada en 1897.  La  acción  se desarrolla en Madrid en pleno verano en un aguaducho, que era como se denominaba entonces al puesto callejero en el que se servía  agua y bebidas refrescantes.

Los inventos de Gregorio Serrano




Yo no sé todavía si los nuevos dispositivos disuasorios que se van a instalar en los “quitamiedos” de las carreteras tiene afán recaudatorio o se colocarán para que los conductores se apeen de los coches y se hagan un selfie. ¿Ustedes los han visto en las fotos de prensa? Son como aquellos sacapuntas de manivela que estaban en una esquina de las mesas de los despachos. Metías el lapicero por una abertura (con perdón), le dabas vueltas al manubrio y listo. Lo cierto es que, por desgracia, han aumentado considerablemente los accidentes de carretera en los últimos años. Los datos oficiales señalan que durante 2017 perdieron la vida en vías interurbanas 1.200 ciudadanos, lo que equivale a 39 más que en el año anterior. La información fue facilitada por el director general de Tráfico, Gregorio Serrano, que aclara que en ese cómputo global se incluye a los fallecidos en las primeras 24 horas tras el accidente. ¿Y qué pasa con los que mueren una semana más tarde, o un mes? ¿Esos de qué mueren, de sarampión? ¿Y los que quedan en una silla de ruedas para siempre?  Buena parte de la culpa de esos accidentes, no lo niego, se deben a imprudencias en la conducción, al consumo de drogas y alcohol. Pero también es cierto que las carreteras españolas no han mejorado como sería deseable sus firmes ni los puntos negros existentes en muchos tramos. Y esa labor, que yo sepa, le corresponde al Estado. Colocar radares diminutos y ocultos para disuadir los excesos de velocidad, o quitar puntos en el permiso de conducción son medidas complementarias, aunque no suficientes. Otro factor importante, sin duda, es la antigüedad del parque móvil consecuente de la crisis económica. Como bien decía Silvia Montaño en un comentario de prensa  (El País (03/01/18) “las cosas empezarán a cambiar cuando empecemos a entender lo peligroso que es poner a 150 km/h tonelada y media de chatarra, con nuestro cuerpo dentro”.  Ha quedado demostrado que encomendarse a san Cristóbal, o escuchar a Perlita de Huelva cantando  aquello de “Acuérdate de los niños/ que te dicen con cariño: / ¡No corras mucho papá!” no ayuda mucho. Es como aplicar el remedio de una lavativa para corregir el extrabismo.