En su columna de hoy en El Mundo, Raúl del Pozo equipara a Ada
Colau con Pedro Crespo, alcalde del extremeño pueblo de Zalamea de la
Serena, y aprovecha para señalar que
“si echan a Rajoy, votaremos a
otro; y si se va el rey, volverá la
monarquía, porque siempre vuelve”. (…)
“Ha nacido una nueva era, con los corceles amarillos del Apocalipsis, ante unos
políticos cada vez más rústicos”. A la dinastía borbónica le sucede como a los
aniversarios: cuando parece que marcha, vuelve. Es decir, lo primero parece que
sea cierto. Pasó con Fernando VII y
el conocido “¡vivan las cadenas!”; y
también seis años más tarde de haber destronado a Isabel II con el Pronunciamiento de Sagunto. Y, cómo no, pasó nuevamente a la muerte de Franco con la segunda restauración
borbónica y el “atado y bien atado”. La
herencia de Carlos II el Hechizado y
la posterior Guerra de Sucesión pesa como una losa. Lo segundo, es más
discutible. Del Pozo cita al albaceteño Manuel Castell, quien afirma que “la
democracia liberal ha terminado su recorrido histórico”. Anson, en su línea, acusa a ciertos políticos: “La torpeza de
varios dirigentes constitucionalistas, incluidos algunos ministros, está
trastocando las cosas y robusteciendo la idea de que a los líderes soberanistas
se les persigue judicialmente por sus ideas y no porque presuntamente han
conculcado la legalidad. ¡Qué error, qué inmenso error!”. Hace referencia a los
500 años de historia. Anson, al que tengo por persona consecuente, debería saber
que el concepto de España como Nación, tal como hoy se conoce, parte de 1812 y
de las Cortes de Cádiz, y que la bandera
actual, como símbolo unificador de nuevo Estado, procede de un Real Decreto del
gobierno provisional de fecha 13 de octubre de 1843. Finalmente, David Trueba, en El País, entiende que “nuestros gobernantes utilizan los instantes
de alta tensión, con el apoyo emocional de la población, para aprobar leyes
difusas y oportunistas. Ya los tribunales europeos han dicho, con buen
criterio, que las injurias a la Corona no deben recibir un castigo distinto de
las injurias a cualquier vecino. Y el delito de ensalzamiento del terrorismo,
que se dictó bajo la amenaza etarra, concede tal amplitud de matices que parece
raro que no se haya utilizado para cerrar la fundación Francisco Franco o paralizar la emisión de la serie Narcos”. Ya lo escribió Bécquer: "Un cielo gris, / un horizonte eterno/ y andar... andar". Y por trochas desconocidas en busca de una tenue luz, desesperando.
martes, 27 de febrero de 2018
lunes, 26 de febrero de 2018
Gajes del oficio
Ayer me equivoqué. Señalaba que Ada Colau y Roger Torrent no iban a asistir a la cena del MWC con el rey en el Palau de la Música de Barcelona. Sí lo hicieron. No iban a acudir al
besamanos. Perdonen el lapsus. “Yo estoy para defender la Constitución y el Estatut”, le dijo Felipe VI a Colau. Esa es una frase retórica, pura tautología, que
sirve para un roto y para un descosido. Pues claro que el rey está para
defender la Constitución, por la cuenta que le trae. No se espera que diga otra cosa. Isabel San Sebastián, en el diario ABC, denomina a Ada Colau como “lideresa antidesahucios devenida en alcaldesa”; a Torrent le conoce como “presidente de una Cámara en la
que todos cobran por no hacer nada”; a Puigdemont,
“el cobarde huido de la justicia”, etcétera. Ignacio Camacho, mucho más correcto que su inconsecuente compañera
de columna, al referirse a los desprecios, entiende que “el Rey ya está acostumbrado. Entre los pitos de la Copa, los
desaires en Gerona y la manifestación de agosto, sabe desde hace tiempo que en
Cataluña siempre le espera un mal rato”. (…) “Pero de cara al exterior ha
aprendido a poner cara de palo, incluso a sonreír para que los del MWC no
sientan la tentación –o se la aguanten, porque sentirla la sienten– de
empaquetar sus bártulos”. Supongo que a Camacho, por asociación de ideas, le
vino a la memoria lo ocurrido con la Agencia
Europea del Medicamento. Sonreír o
poner cara de palo son gajes del oficio. Para todo se necesitan tablas.
domingo, 25 de febrero de 2018
Desplante institucional
Decir, como ha dicho el Ejecutivo, que
“los desplantes institucionales, además de injustos y mezquinos, ponen en
riesgo que Barcelona pueda seguir albergando en el futuro un evento global de
tanta importancia”, refiriéndose al Mobile
World Congress, se me antoja como una tremenda necedad. Y no estoy
insultando a nadie. Necio es el que insiste en sus propios errores, demostrando
con ello poca inteligencia. A mi entender, en momentos de gran tensión en
Cataluña por el desafío independentista, la presencia del jefe del Estado no
ayuda a mejorar los ánimos. El Mobile
se hubiese celebrado tanto si acudía el rey a Barcelona como si no lo hubiese
hecho. La presencia de Felipe VI,
sin duda, simboliza el apoyo de la Corona a la pujanza de la economía catalana.
Pero maticemos: el conjunto de los españoles que conformamos el Estado es una
cosa y la Corona, otra. Hace pocas fechas el rey visitaba Zaragoza con motivo
de la apertura de la Fima. ¿Acaso piensa
alguien que se venderán más tractores por aquella real presencia? ¿Por qué razón el rey no visita Ceuta y Melilla? Esas dos ciudades autónomas también
forman parte de España. Pero no lo hace, entiendo, por no incomodar a Mohamed VI, el vecino molesto. Si la alcaldesa Ada Colau y el presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, han decidido no estar presentes
en la cena de hoy domingo también es respetable, si se considera que todavía hay
políticos en presidio y políticos alejados de este país sobre los que pende la
espada de Damocles. Hoy, esos
políticos en la diáspora no temen a los “mangas verdes”
de la Santa Hermandad, disuelta en 1834, sino a las puñetas de las togas de la
Audiencia Nacional. Pero esas no serán las únicas ausencias a la cena. Tampoco parece que asistirán el secretario de
Telecomunicaciones de la Generalidad, Jordi
Puigneró; el de Empresa y Conocimiento,
Pau Villoria; y el de Empresa y Competitividad, Joan Aregio, así como el líder de ERC en el Ayuntamiento de
Barcelona, Alfred Bosch. Al presidente Puigdemont
ya se le ve hasta en aquellos lugares donde no está presente. Algunos
ciudadanos hasta creen que tiene el don divino de la ubicuidad. Su supuesta 'presencia' en Torrejón de Ardoz (Madrid) llevó hace unos días a seis números de la Policía Nacional a
desplazarse al parque de Europa, en el
que teóricamente se encontraba tras ser alertada por un vecino. Se le había
confundido con el cómico Joaquín Reyes.
Esas cosas sólo suceden aquí, en la España de Frascuelo y de María. Personalmente,
no soy catalán ni me considero separatista. Pero, con el debido respeto,
entiendo que hay momentos y circunstancias en la vida de los pueblos en los que
los símbolos quedan mejor en los expositores de las vitrinas.
sábado, 24 de febrero de 2018
Bohórquez siempre me sorprende
Manuel
Bohórquez
me sorprende hoy con su artículo “Un
bautizo de gitanos” en El Correo de
Andalucía. Yo no sé de dónde saca su sabiduría. En su artículo de hoy,
digo, hace referencia a una creencia extendida: los gitanos de la Cava de Triana no dejaban entrar a los
gachés (payos) en sus fiestas porque
eran muy celosos de su intimidad y de sus costumbres. Pero hubo una excepción,
la de Juan Rodríguez, alias El
Gallego, compadre de Antonio
Ortega Heredia, alias El Fillo, tuerto y azabachado. Según Bohórquez,
Juan Rodríguez era generoso y hospitalario. “Si sería así, -mantiene
Bohórquez- que un día invitó al célebre periodista Modesto Lafuente Zammalloa, que estaba por Sevilla en abril de
1841, para que asistiera al bautizo de uno de los miembros de su numerosa
prole. Y Modesto y su lugarteniente Tirabeque atravesaron el puente de
barcas (entonces no existía el Puente de Isabel II) y se plantaron Triana,
donde vivía Antonio Ortega. Ocho años atrás había muerto Pedro Lacambra, el
famoso contrabandista que tuvo su mesón y fonda en la calle Santo Domingo, hoy
San Jacinto, que organizaba fiestas flamencas casi todas las semanas para
vender carne y marisco. Modesto Lafuente no solo aceptó la invitación de
El Gallego, sino que publicó un espléndido reportaje el 21 de abril de 1841 en El Constitucional, con el epígrafe “Un bautizo de gitanos”. (…) Según
Bohórquez, gracias a ese reportaje, Serafín Estébanez Calderón publicó meses
más tarde su “Baile en Triana”,
también en prensa, por rivalizar con Lafuente. Todo ello me ha dado pie para
que recuerde la figura de Serafín Estébanez Calderón, nacido en Málaga en 1799
y que se dedicó, entre otras muchas cosas, a practicar la escritura de estilo
costumbrista al modo que lo hiciesen Larra
y Mesonero Romanos. Sus “Escenas andaluzas” (1847) dejan
boquiabierto al más pintado. En uno de sus episodios, “Asamblea general” narra una juerga flamenca en Triana donde no
podía faltar la gastronomía:
“A este costado se levantaba, como el balerío de las baterías de Matagorda, la pirámide de melones de Copero y sandías de Quijano; estas derramando púrpura, y almíbar destilando aquellos. Al otro, resplandecían en anchas canastas de caña y sauce altos montes de naranjas de los Remedios y Ranillas, o perfumaban el aire las limas acimbogas, cidras y limones, mientras que en azafates de juncos, diestramente pintados y aunados los colores, se dejaban ver la guinda y garrafales de la Serranía, los damascos y albarillos de Aracena, las cermeñas y perillas de olor y la damascena, la claudia, la zaragozí, la imperial y los cascabelillos de los jardines y vergeles del paraíso de Andalucía. Los confites, alegrías, roscos y polvorones de Morón se mostraban en un casillero muy pintado y adornado con papel de colores, brindando con cien géneros de frutas bañadas y garapiñadas, formando pareja con mucha especie de turrón de diversas castas y traza distinta, y con malcocha, mostachón, almendrados, melindres y merengues. La alcorza, el alajú y alfajor, entre pañizuelos blancos y en canastillos muy lindos, provocaban mucho el gusto por su golosa apariencia…”. (…) “En este género era de contemplar también y muy de ver, grueso pertrecho de azúcar rosada que se ofrecía por todas partes bajo la varia forma y nomenclatura de hielos, panales, bolados y azucarillos, que hacían mejor todavía y recomendaban más el agua cristalina pura y delgadísima de Tomares que se refrescaba al oreo del aire en los búcaros y alcarrazas, o que se ofrecía en el lujoso aparato de dos o tres aguaduchos que, ya iluminados y resplandecientes…”.
El azúcar es nombre común de género masculino. Nunca entendí la razón por la que se le adjetivaba en femenino. Un ejemplo, aquel "azúcar blanquilla", como inexplicablemente comercializaban las azucareras españolas su producto terminado. El azúcar rosada, o azúcar rosado, según acepción del Diccionario de la RAE, edición de 1822, “es la que cocida hasta el punto de caramelo se la añade un poco de zumo de limón y queda esponjada a manera de panal, y sirve para refrescar con agua”. En realidad no es “punto de caramelo” sino que se emplea “punto de pluma o gran pluma” (uno de los estados del azúcar fundido) y debe su nombre al empleo de agua de rosas como aromatizante y no al color, que suele ser blanco o muy ligeramente tostado. Añadiendo colorante negro de humo se obtiene el “carbón dulce” típico de la víspera de la Epifanía. En forma de bastoncillo y bajo el nombre de “azucarillo” se tomaba en Madrid con agua y aguardiente de anís, como en la zarzuela en un acto “Agua, azucarillos y aguardiente”, con libreto de Miguel Ramos Carrión y música de Federico Chueca, estrenada en 1897. La acción se desarrolla en Madrid en pleno verano en un aguaducho, que era como se denominaba entonces al puesto callejero en el que se servía agua y bebidas refrescantes.
Los inventos de Gregorio Serrano
Yo no sé todavía si los nuevos
dispositivos disuasorios que se van a instalar en los “quitamiedos” de las
carreteras tiene afán recaudatorio o se colocarán para que los conductores se
apeen de los coches y se hagan un selfie.
¿Ustedes los han visto en las fotos de prensa? Son como aquellos sacapuntas de
manivela que estaban en una esquina de las mesas de los despachos. Metías el
lapicero por una abertura (con perdón), le dabas vueltas al manubrio y listo.
Lo cierto es que, por desgracia, han aumentado considerablemente los accidentes
de carretera en los últimos años. Los datos oficiales señalan que durante 2017
perdieron la vida en vías interurbanas 1.200 ciudadanos, lo que equivale a 39
más que en el año anterior. La información fue facilitada por el director
general de Tráfico, Gregorio Serrano,
que aclara que en ese cómputo global se incluye a los fallecidos en las
primeras 24 horas tras el accidente. ¿Y qué pasa con los que mueren una semana
más tarde, o un mes? ¿Esos de qué mueren, de sarampión? ¿Y los que quedan en
una silla de ruedas para siempre? Buena
parte de la culpa de esos accidentes, no lo niego, se deben a imprudencias en
la conducción, al consumo de drogas y alcohol. Pero también es cierto que las
carreteras españolas no han mejorado como sería deseable sus firmes ni los
puntos negros existentes en muchos tramos. Y esa labor, que yo sepa, le
corresponde al Estado. Colocar radares diminutos y ocultos para disuadir los
excesos de velocidad, o quitar puntos en el permiso de conducción son medidas
complementarias, aunque no suficientes. Otro factor importante, sin duda, es la
antigüedad del parque móvil consecuente de la crisis económica. Como bien decía
Silvia Montaño en un comentario de
prensa (El País (03/01/18) “las cosas empezarán a cambiar cuando empecemos
a entender lo peligroso que es poner a 150 km/h tonelada y media de chatarra,
con nuestro cuerpo dentro”. Ha quedado
demostrado que encomendarse a san
Cristóbal, o escuchar a Perlita de
Huelva cantando aquello de “Acuérdate
de los niños/ que te dicen con cariño: / ¡No corras mucho papá!” no ayuda
mucho. Es como aplicar el remedio de una lavativa para corregir el extrabismo.
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